La primera ronda de eliminatorias para el título de la Liga Endesa ha traído sorpresas, mostrado el excelente momento del Madrid y del Barcelona y revelado la certeza de que, en esta ocasión, no hay tercero en discordia. El Baskonia y el Valencia desempeñaron en anteriores temporadas el papel de aspirante anti-monopolio, en especial este último, que conquistó el título hace dos cursos. Sin embargo, todo apunta a que volverá a repetirse la final arquetípica, pues los tradicionales dominadores de nuestro baloncesto han exhibido un nivel y longitud de plantillas fuera del alcance del resto. Como detalle añadido a los cuartos de final, una vez más se demuestra la injusticia que comete la Euroliga al excluir equipos que reúnen más méritos deportivos que los que participan en su competición europea, lo que, además de un desatino, revela un régimen basado en caprichos y componendas alejados de la que debería ser su única guía: la referencia deportiva. En esta ocasión el perjudicado es el Tecnyconta Zaragoza que, de forma inapelable se ha mostrado más conjuntado e inteligente que el Baskonia, una sombra de sí mismo que ha encajado un rotundo 2-0.
Al Madrid le ha venido de perlas el descenso de ajetreo con motivo del término de la Euroliga. Se notan la frescura y las horas de entrenamiento empleadas en ajustar la máquina. El primer partido frente al Manresa fue soberbio. El balón era circulado con criterio y gran velocidad, sin que ninguno de los madridistas lo retuviera para cumplir otro fin que no fuera el colectivo. En el baloncesto ocurre como en el comercio, que cuanto más se mueve la mercancía más riqueza se genera, según revela de forma magistral nuestro admirado Antonio Escohotado, la pluma sublime de La Galerna, en su obra maestra “Los enemigos del comercio”. Gustavo Ayón volvió a completar un partido soberbio, como Randolph y Campazzo, mientras los demás interpretaban su papel con el cumplimiento estricto del guion. Aun y considerando las bajas del Baxi Manresa, el juego rayó la perfección en muchos lances del partido, algo poco frecuente. El segundo encuentro fue parecido al anterior, si bien los jugadores blancos parecieron salir menos decididos en busca de la excelencia. No obstante, dejaron numerosos detalles del impecable momento del equipo, en especial Llull, que se mostró ligeramente alicaído en el partido del Palacio de Deportes, algo inusual en su carácter. Con ánimo de proyectar otra imagen, el base menorquín maniobró con la rapidez, determinación y acierto habituales, lo que sin duda, debió satisfacer a Pablo Laso. Al menos, un servidor esbozó una sonrisa al recordarnos su mejor versión.
Por su parte, el Barcelona se deshizo con facilidad pero con esfuerzo del Joventut de Badalona. Los azulgranas impusieron durante los cuarenta minutos un ritmo indesmayable que eclipsó su desacierto del origen de la eliminatoria. Los culés pelearon en los tres primeros cuartos del Palau, más contra sí mismos y sus fantasmas que contra el equipo badalonés, que no alcanzó la excelencia que hubiera requerido hacer frente a la máquina barcelonista. El último cuarto y el segundo y definitivo asalto nos mostraron a un Barça recuperado, cerca de su mejor versión de esta temporada. Defendieron con dureza y atacaron con acierto: 107 puntos con un 57% de acierto desde detrás de la línea de tres puntos. Una exhibición en toda la regla contra la que nada pudo hacer el entusiasmo de los jóvenes verdinegros ni el talento de Nicolás Laprovittola a quien los dimes y diretes de la trastienda del baloncesto sitúan en el Madrid la temporada que viene. No hay duda de que es un jugador imaginativo y con clase, aunque con cierta tendencia a la relajación defensiva, ámbito en el que el maestro Laso le pondrá al día si la oportunidad se concretare y la situación lo requiriere.
Tuvimos que esperar más para conocer el rival del Madrid, ya que la eliminatoria entre el Valencia y el Unicaja apuró el desempate del tercer partido. La igualdad predominó en un enfrentamiento que tiene visos de convertirse en clásico, si es que ya no lo es, tras innumerables choques en todos los frentes. En esta ocasión se impusieron los valencianistas, que a la igualdad de fuerzas oponen un conjunto más equilibrado y armónico, en el que sus componentes básicos se conocen desde hace varias temporadas. Casi podríamos decir que es un remedo del Real Madrid, con una base de jugadores nacionales que permanecen (Rafa Martínez, San Emeterio. Sastre, Vives y Abalde), junto a extranjeros (Dubljevic, Van Rosson y Thomas) a los que seguro ya les gusta más la horchata y la paella que a los propios autóctonos. En un encuentro que se decide por la mínima cualquier detalle puede ser el detonante de la victoria, y ocurre que los que han peleado juntos en muchas batallas suelen encontrar en su complicidad un recurso añadido que aparece en los momentos más comprometidos. Sólo tres puntos de diferencia señalaron al cuarto semifinalista, un oponente serio, cabal y conocedor de la situación a la que se enfrenta: poner en tela de juicio la superioridad blanca. Con todos los respetos para mi admirado Valencia, en esta ocasión la meta está fuera de su alcance.