Un pletórico Madrid desarmó al Barcelona desde el primer minuto. Sin tiempo a que la máquina culé comenzase a funcionar, los blancos golpearon con presteza y contundencia, marcando una tónica que no cesaría hasta el final. A ratos con oficio, con brillantez intermitente, pero sin conceder un instante al desaliento, el Madrid terminó por apisonar a un Barcelona desconcertado que nunca supo cómo hincarle el diente al asunto.
Fue un encuentro eléctrico, de alto voltaje. Los jugadores pusieron el listón de la falta personal bien alto desde la primera jugada, dejando claro que la dureza y la intensidad iban a estar entre las claves del choque. Los madridistas se movieron mejor en este campo de batalla, convertida en una alambrada insorteable para los bases azulgrana. Desarticulados, privados de argumentos Heurtel y Pangos, el Barcelona se deshizo como un azucarillo en una taza de blanca leche hirviente. Ni siquiera el hecho de que dominaran el rebote les dio una oportunidad, pues la defensa del Madrid fue tan agobiante que les condujo a porcentajes pobres de tiro. Sólo Singleton y Hanga, de forma esporádica, y Oriola, en las continuaciones después de los bloqueos, dieron algún problema a una muralla humana seria y constante que tuvo muy presente los caminos por los que cortocircuitar a su rival.
Por su parte, los madridistas cuajaron un encuentro notable, con margen de mejora en la ofensiva. Como le suele ocurrir a este equipo extraordinario, en ocasiones pierde el rumbo llevado de su entusiasmo, si bien en esta ocasión Laso cortó de raíz los desvaríos. Los amagos de remontada del Barcelona fueron recibidos con el pertinente tiempo muerto y la inmediata reacción de unos jugadores determinados a fulminar al rival. No mantuvieron la concentración los cuarenta minutos, pero no anduvieron tan lejos de hacerlo: convertir a un equipo en un Rafael Nadal es tarea propia de muchos Hércules. El Madrid jugó atascado en algunos momentos en los que las individualidades sacaron al grupo del apuro. Llamativa fue la estadística del final del primer cuarto, pues de los veintidós puntos del equipo Campazzo y Llull habían anotado dieciséis. Corregida esta anomalía que mostraba que el juego no fluía, el Madrid se disparó en el marcador con Campazzo soberbio en defensa y en anotación, y Rudy pletórico y omnipresente en el juego. Así lo entendió Laso, pues le otorgó la mayor carga de responsabilidad en forma de minutos, casi veintiocho, un alarde para los tiempos que corren. El resto de sus compañeros cumplió con su responsabilidad de forma efectiva y, en ocasiones lucida, pues el juego del conjunto rozó la perfección retórica, eficacia y deleite, en momentos determinados del partido.
Al término del encuentro los entrenadores narraban lo sucedido con declaraciones que manifestaban un estado de ánimo opuesto. Laso calificaba a sus pupilos con nota muy alta, mientras que Pesic mostraba su contrariedad al remarcar la falta de las señaladas intensidad y concentración. El Madrid golpeó primero y, quién sabe, si dos veces. A uno le da la impresión que una demostración como la de ayer deja huella, al menos, subliminal. Eso sí, el Barcelona volverá a la carga mañana con más fuerza y el Madrid deber esperarle, como un Nadal alerta, con la conciencia de que aún habrá de mejorar su rendimiento.