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Réquiem por una Euroliga


El Madrid comenzó la despedida contra el Fenerbahce y completó el funeral al derrotar al Valencia y conservar su liderato. Sus hombres, por fin, se han impuesto al luto, tras unos días de mostrar su pesar por la pérdida de un trofeo que nunca vivirá en las vitrinas de la entidad ni se alojará en sus corazones. Aunque no ha sido fácil. El duelo por la ocasión desvanecida es intenso, el que corresponde a un quebranto demoledor. Los rostros de los jugadores lo revelan y sus ojos perdidos buscan en la lejanía una respuesta que no existe. La Copa de Europa es la más deseada, por los obstáculos que hay que sortear para acercarse a ella y, casi diría, su evanescencia. Cuando parece que la estás tocando, su silueta desaparece y otras manos se apoderan de la reina de las copas. Compuestos y sin diosa, comienza un duelo de duración inversamente proporcional a la entereza de quienes suspiran toda una vida por ella. El Madrid no es una excepción, sino el aspirante más apasionado: por ser el que más veces la toca es el que más la desea. Cada uno a su forma y todos como uno, la despedida concluyó ayer. Ahora hay que seguir adelante, pues lo exige la pertenencia a este club. No importa la victoria o la derrota, hay que seguir en la brega, ya que la liga está en liza y no la pueden dejar escapar.

Este equipo se ha sobrepuesto a adversidades mayúsculas, desde la marcha de algunos de sus puntales a otros lares hasta las lesiones de alguna de las piedras angulares del proyecto. No importa lo que ocurra, el Madrid se recompone tras golpes que a otros los alejan definitivamente de los campos de batalla demostrando una grandeza reservada a los elegidos. Es cierto que el decaimiento en esta ocasión es mayor que casi nunca, pues la ocasión parecía nítida. Es la plantilla más larga y versátil de Europa, y a pesar de los errores del último cuarto, hubiera merecido mejor suerte. Creo en la honradez de los árbitros tanto como en los directivos omnipotentes, en el dirigente que dirige demasiado. Conste que, esta forma de decir no es un pleonasmo, sino la constatación de que se involucran hasta en lo que no deberían dirigir, sin dejar ningún cabo suelto ni perder ocasión de manipular. Pero, en fin, éste no es el objeto de este artículo, que pretende resaltar la entereza de un conjunto -solistas, coristas y directores de orquesta- que ayer volvió a interpretar su mejor baloncesto, a ráfagas y en modo doliente, es cierto, pero con un coraje encomiable. Semblantes concentrados, gestos duros y ojeras profundas, cada victoria aclarará la negrura del desconsuelo, si bien una huella indeleble quedará en el corazón de los guerreros para siempre.

Del sentimiento contrariado y de la mente que no cesa de girar para explicar lo inalterable quieren escapar los jugadores para centrarse en el partido contra el Valencia. No es un bolo como el del domingo; es un encuentro con la trascendencia del primer puesto de por medio. Los protagonistas quieren, pero no pueden. La emoción y el espíritu se imponen a la razón, que pretende, sin conseguirlo, dictar a los músculos la ejecución del baloncesto que requiere un rival en forma, actual campeón de la Eurocup. Es un oponente atractivo por su juego y más letal de lo que aparenta, pues esconde bajo su elegancia una enorme practicidad. Así que, el Madrid tarda más de diez minutos en sacudirse su deterioro anímico y cerebral, incluso físico, ya que es el tercer partido en cinco días. A pesar de las dificultades lo consigue. El segundo quinteto, que tan bien lo hizo en el tercer cuarto de la semifinal y tan mal en el último, endereza el rendimiento de los cinco titulares. De forma paulatina, el Madrid emerge guiado por Ayón, Causeur y Thompkins. Llull es el base de estos momentos. A pesar de que todavía está luchando contra los demonios de su desacierto, consigue imprimir el ritmo y el alma necesarios para que el partido cambie de rumbo. No me gusta ver sufrir a Llull. Ha sido durante muchas temporadas el estandarte de este equipo, el increíble jugador que levantaba las situaciones más desesperadas y el líder que arrastraba a sus compañeros con la potencia de sus piernas y su carácter indomable. Una lesión en la rodilla le restó parte de una confianza en su físico que aún no ha recuperado, quizá por el contratiempo añadido de una rotura fibrilar que le quebró la forma cuando la había recuperado después de muchos meses de rehabilitación, Ahora, al verse mermado, sufre por el equipo y por él mismo -claro está-, no hay más que ver su rictus apagado y cómo esconde su desventura enredando su cabeza en una toalla con la esperanza de ahuyentar los malos espíritus y recobrar la ilimitada fe que siempre le distinguió. Tengamos paciencia con él, demos el tiempo que necesite a quien a dado todo por el club y sufre de forma desgarradora nuestros desencantos.

El Madrid domina el partido y el duelo parece concluido. Rudy bromea con el colegiado Martín Bertrán, Felipe vuelve a jugar después de una conversación con Pablo Laso y Ayón nos brinda otro gran partido, casi inmaculado, como el que interpretó contra el Fenerbahce por el tercer puesto. El público tributa al equipo con una ovación plena de reconocimiento y admiración. Pero el juego termina y las caras vuelven a estar serias. La misa de difuntos ha terminado, pero la herida sigue abierta, y las declaraciones del titán mejicano y del entrenador madridista revelan lo que cuesta hacer de tripas corazón. Pero es lo pertinente. No hay otro remedio, porque en el Madrid, se gane o se pierda, hay que seguir ganando. Es lo que hace este equipo con una actitud encomiable que merece, también, mi reconocimiento. Señores, a ustedes brindo mi admiración incondicional por su dedicación y su esfuerzo, por representar como nadie las virtudes sobre las que este club ha erigido su historia. Y nada más.