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De certezas, tópicos y excusas


Desde que uno tiene uso de razón deportiva viene escuchando la afirmación ilógica de que para estar en forma hay que competir. Solo hace falta observar el panorama. En mayo de 1994, después de más de tres meses sin pisar el tartán en una prueba oficial, Fermín Cacho estrenó su temporada de verano con una marca extraordinaria -sobre todo para un corredor de 1.500- de 1.46 segundos en 800 metros. Hace menos de un año, Bruno Hortelano, sin apenas experiencia en los 400 metros, batió el récord de España de la distancia con un registro de nivel internacional. También podría citar las innumerables reapariciones de Rafael Nadal, tiempo después de que lo hayamos dado por jubilado. Quizá algún lector esté pensando que una cosa son los deportes individuales y otra muy diferente los de equipo. Casi un mes antes del comienzo de los JJOO de Los Ángeles, la selección española de baloncesto, de la que este humilde escribidor formaba parte, viajó a México para disputar unos partidos de preparación. Por razones que no vienen al caso, la gira se truncó, por lo que nos dirigimos a la Universidad de Carolina del Norte para continuar entrenando. Desde allí, aterrizamos en la Universidad de Southern California, la villa olímpica que nos correspondió. Tan pronto llegamos que apenas había habitantes en la ciudad de los deportistas. Estuvimos cerca de veinte días sin jugar un partido antes de que comenzara el Torneo Olímpico que nos regalaría una medalla de plata. Ya, me dirán algunos, pero el fútbol es diferente. ¡Claro que sí, casi se me olvida! Y por lo mismo, veinticuatro días después de ser intervenido en la rodilla, Franco Baresi reapareció para jugar la final del Mundial 94 frente a Brasil. Las crónicas apuntan que jugó un partido extraordinario, aunque falló su penalti de la tanda decisiva.

Por descontado que las relatadas no son las situaciones más adecuadas para lograr el rendimiento óptimo. En cambio, son una buena muestra de que no es preciso jugar cada semana para obtener actuaciones notables. Claro que lo ideal es contar con el ritmo adecuado de competición y entrenamientos. Sin embargo, los suplentes no pueden elegir. Esta es la peor parte de los deportes de equipo. No importa el estado de forma, quien decide es el entrenador. Así que, los reservas no tienen más remedio que intentar replicar la competición. Y, en contra de los que algunos opinan, se puede hacer. No en su totalidad, claro está, pero sí de una manera eficaz que permita adivinar al jugador en ciernes.

La forma física no reviste mayor problema. Por supuesto, requiere una mentalización añadida, ya que se está realizando un gran esfuerzo sin la recompensa inmediata del partido. Pero, señoras y señores, estamos hablando de profesionales, y si deportistas de otras especialidades con menores recompensas trabajan diariamente en doble sesión hasta quedar extenuados, no veo el motivo por el que un jugador de fútbol no pueda hacerlo. Es más, si no lo hace es por desconocimiento -raro en estos tiempos- o por falta de voluntad.

¿Pero qué hay del asunto táctico-técnico? Indudablemente, es más complicado alcanzar el punto más alto del rendimiento, la excelencia, si no se compite. Pero con el estado físico adecuado no resulta tan difícil rendir a buen nivel. Las neuronas mantienen vivo lo aprendido con gestos repetidos miles de veces. Nunca olvida uno montar en bicicleta por muchos años que pasen. Además, los deportistas profesionales tienen el refuerzo de los entrenamientos para reavivar las conexiones neuronales. Por eso, hay quien reaparece tras una larga lesión y es capaz de bordarlo, Sergio Llull, sin ir más lejos. Por si fuera poco, hoy en día, existen profesionales que trabajan al lado de los deportistas para revivir las experiencias de los partidos, sobre todo psicólogos, que dominan técnicas con las que preparar la mente para afrontar la competición. Entre otras, la visualización que tanto utiliza el citado Bruno Hortelano. O, como decía Víctor Sánchez del Amo en la reciente entrevista que concedió a La Galerna, “Isco debería revisar los partidos en los que el Bernabéu le ovacionaba”.

Hay muchos ejemplos más de los arriba citados de deportistas que reaparecen para demostrar su valía a las primeras de cambio. También lo puedo contar por experiencia propia. En los tiempos que uno comenzó a jugar en el Real Madrid era el suplente de Corbalán. Fiel a la escuela de Ferrándiz, el entrenador Lolo Sainz sopesaba hacer algún cambio cuando los titulares perdían alguna extremidad o la visión. En ocasiones, hasta lo hacían. Así que, uno estaba habituado al banquillo o a jugar minutos intrascendentes cuando de forma súbita le tocaba entrar en acción en algún partido trascendental, en el que sonaba alguna alarma por motivos extraordinarios. Tal me sucedió en la mismísima final de la Copa de Europa del 80 en la que me tocó lidiar con el miura de jugar los últimos siete minutos.

Cuando llevas tiempo sin las sensaciones de un partido y entras de repente en uno te sientes muy extraño. Te da la impresión de que el resto de los jugadores y el balón van mucho más rápido de lo habitual y una espesura te nubla el entendimiento. Pero en cuanto entras en calor y en juego, te vuelven sensaciones conocidas y recuperas la confianza. Siempre que tu forma física sea excelente, claro está. Probablemente no alcances tu mejor nivel, pero, al menos, podrás ayudar al equipo y trasmitir una imagen de lo que llegarás a ser. Insisto, después de tantos años repitiendo los gestos técnicos, las neuronas guardan la información durante mucho tiempo. La sabiduría popular que no experimenta en los laboratorios, pero que se nutre de lo que observa, ya lo dijo claro hace siglos: “quien tuvo, retuvo”. Sólo es necesaria un buena forma física que te permita repetirlo.