La historia del linaje de Marcos daría para un buen volumen de deporte español. Por parte de madre y de padre, el listado de parientes que son deportistas o lo han sido es innumerable. Por la nuestra, la historia la comenzó Paco Gento, y este humilde escribidor abrió la vía del baloncesto. Tenemos una pulsión constante y notable por el deporte, al que dedicamos una parte importante de nuestra existencia.
Y no siempre los resultados se corresponden con el esfuerzo, porque en el deporte, como en la vida y quizás aún más, la tómbola de las oportunidades también juega. Suena un poco pedante lo que voy a decir, pero en la familia estamos acostumbrados.
Claro que nos alegramos mucho y que estamos muy contentos por Marcos, pero también conocemos la fragilidad de las portadas. Entre la heroicidad y la oscuridad la distancia es mínima, así que nos tomamos el asunto con la calma relativa que implica que hoy hay que volver a entrenar mañana y tarde. No hay tiempo para demasiadas celebraciones, aunque quizás algún día volveremos a recordar el día que hizo un doblete en Anfield.
Diría que la alegría va por dentro. La satisfacción enorme por la recompensa del trabajo constante y por la devolución de la confianza que el Atlético de Madrid tuvo en Marcos. Ahora todo cuadra y la ecuación es correcta, porque como su padre y su abuelo –Ramón Grosso-, ha escrito una página hermosa de la historia del club, la cara de una moneda que en demasiadas ocasiones mostró la cruz. Tanto, que del partido podría decirse que resume el sufrimiento perpetuo de los atléticos, con la explosión final de alegría de quienes saben que la gloria es caprichosa.
Marcos está encontrando su nuevo lugar y se asienta poco a poco. No es ni resulta fácil y, a veces, la recompensa se esfuma. Pero los Llorente Gento nunca le perdemos la cara al miura e insistimos en la lucha. Por eso, Marcos fue capaz de saltar al césped de una de las catedrales del fútbol para cumplir con su cometido.
Como su abuelo, sus tío abuelos, su padre y su madre, sus tíos y sus primos -un ejército de deportistas de raza- se entregó por la causa de su equipo con intensas horas de preparación en los músculos, la energía de su espíritu y la voluntad indomable de una causa: intentar cumplir cada día con lo que su equipo le demanda.
Marcos es fruto de una tradición familiar, de un aprendizaje de la profesión, de un sacrificio incuestionable. Un jugador de casta, honrado y respetuoso con el fútbol y su condición de futbolista. Nunca lo tuvo fácil, pero nunca desfallece. Esta es la naturaleza de los imprescindibles. De los que siempre tienen que estar, porque siempre están preparados. Aunque algunos no lo entiendan.
Lo aprendió y no se le olvida. Cuestión de fe y cuestión de inteligencia, de creer en las tradiciones y las virtudes de su clan, y de creer en sí mismo. Enhorabuena, Marcos Llorente.