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Los trencillas son gente honrada


España es una inmensa barra de bar en torno a la que nos congregamos cada vez que salta la polémica, lo que sucede 365 días al año, excepto los bisiestos. Esto nos convierte en un país muy divertido y apasionado, pero también cainita desde tiempo inmemorial, y los historiadores saben que no exagero. En la barra española las cañas se sirven con embudo y los pinchos preferidos son de tortilla sectaria y calamares empecinados. Con franqueza, no entiendo que los niños españoles no obtengan la mejor calificación en el informe PISA, pues en cada hogar habita, al menos, un abogado, médico, ingeniero, político- y así podríamos seguir hasta agotar el catálogo de profesiones- de conocimientos casi ilimitados. No importa el asunto, los españoles sabemos de todo. Creo que de lo único que no opinamos es de astrofísica. Todo se andará. Por supuesto, entendiendo de cuestiones mayores, cómo no vamos a entender de menores, pues las ciencias de la actividad física y el deporte -la fisiología, la biomecánica, la psicología, las teorías del entrenamiento y tantas otras ciencias en las que se asienta el deporte de nuestros días- están ampliamente sobrevaloradas. Al lado de Carlos Lesmes, Solari es un mindundi. O viceversa.

Esta vez, la polémica saltó en un deporte de salto, permítaseme el chiste malo, peor incluso. Los del baloncesto, que tenemos cierta afición a complicar las cosas para que nadie más que nosotros las entienda (no sé de dónde viene esta manía de alejar al resto de la Humanidad de nuestro deporte), no tenemos Var, tenemos Instant Replay, que para pronunciarlo bien tienes que irte a vivir un año a Cambrigde. La maquinita en cuestión no había dado más que hablar hasta la final de la Copa y lo cierto es que su uso ha sido alabado. No tanto su olvido, con esa manía que tienen los árbitros de no acercarse a mirar la pantalla en jugadas que lo merecen, para casi todos, menos para ellos. Más aún para los que estamos viéndolas en casa, con tantas repeticiones y de forma tan nítida que nos apiadamos del pobre árbitro por la metedura de pata tan grotesca. Siempre que el error no perjudique a nuestro equipo, claro, que entonces saltamos del sillón como un tigre de Bengala sobre su presa, para despedazarlo sin piedad.

Aunque ya no a todos, conozco a muchos árbitros de baloncesto y creo en su honradez. Tampoco descarto que, como en todos los colectivos, pueda haber alguno que no se rija por esta virtud, pero, con franqueza, no lo tengo en cuenta. Los trencillas son gente honrada y saltan a la cancha a pitar lo mejor que saben. No tienen fácil su labor, puesto que el reglamento cambia de forma tan continua y exagerada -otra manía- que, a veces, ni los entrenadores ni los jugadores, y temo que también los árbitros, son capaces de interpretar.

También creo, firmemente, que como humanos que son, su cerebro es permeable a estímulos externos e internos imposibles de controlar, nos pasa a todos. De forma que, de vez en cuando meten la pata hasta el corvejón. Ayer lo vimos en dos jugadas consecutivas, una con vídeo y la otra sin, pero las dos tan claras que dan para pensar que, o están ciegos, o son unos corruptos. A falta de las explicaciones de los protagonistas, quiero pensar que están ciegos o que están aplicando una ley acerca de cuya justicia me extenderé pronto en otro artículo: la ley de la compensación.

Dicho esto, en su favor, también tengo que decir otras cosas en contra, no tanto de los propios jueces, sino del sistema. Por un exacerbado deseo de mantener su independencia, la formación de los árbitros sigue siendo endogámica en exceso, lo que les dificulta la célebre interpretación de los hechos. Dado que en numerosas ocasiones tienen que juzgar la fuerza de un empujón o la repercusión de un manotazo, bien estaría que fueran expertos también en estas situaciones. Puedo observar que sus mayores errores y las mayores frustraciones de los jugadores, como fueron las mías, tienen que ver con el juicio de estas circunstancias: estás entrenando y jugando horas y horas bajo unos parámetros para que luego un árbitro, en cualquier momento, los interprete a su gusto. En palabras de Busquets, que no es sospechoso de estar perjudicado por el sistema arbitral, “se nota que muchos árbitros no han jugado al fútbol”.

Ya puestos, no conozco a los árbitros de fútbol, aunque sospecho que tienen los mismos problemas, pero multiplicados. El reglamento es todavía más interpretativo y el terreno de juego es enorme para los pocos jueces que hay. Es ridículo que siga habiendo sólo un árbitro cuando la velocidad del juego ha aumentado tanto. Y los estímulos externos… ¡ay los estímulos externos y los nombramientos! Los árbitros de baloncesto se han rebelado contra el poder establecido en unas cuantas ocasiones, incluso denunciando presiones y designaciones dirigidas. Gracias a esta actitud beligerante han conseguidos una cierta autonomía que les otorga credibilidad. ¿Qué hay de los de fútbol?