En ocasiones, las cosas suceden cuando tienen que pasar. El Madrid venció con suficiencia en la difícil cancha del Principado de Andorra y elevó su nivel de dureza en los entrenamientos de la semana, el signo inequívoco de que los blancos estaban dispuestos para la batalla. En un partido soberbio, con un juego brillante y compacto, quizá el mejor de toda la temporada, la plantilla saltó a la cancha dispuesta a dejar claras unas cuantas cosas. El club, el equipo, Llull, Tavares y los rivales tienen ahora una idea mucho más certera del potencial del Real Madrid.
Casi como manda la historia, el equipo de baloncesto salió con el deber añadido de salvar el honor de los principios de la entidad. Tras siete días de zozobra, en los que el prestigio madridista se resquebrajó por los acontecimientos que rodearon al otro equipo del club, los ojos de muchos aficionados merengues se volvieron hacia el equipo de la canasta en busca de una reivindicación de sus colores. Y no se vieron defraudados. En una actuación memorable y emocionante, el Madrid regaló una exhibición para el recuerdo, un encuentro que entroncó con los mejores de su leyenda.
También el propio equipo necesitaba una victoria contundente para recuperar la confianza. En pocos días, había regalado la Copa en un último cuarto decepcionante y naufragado en el Palau Blaugrana, todavía tambaleante por el golpe que le noqueó. De pronto, el conjunto se había vuelto vulnerable y el descenso en la forma de algunos jugadores fundamentales, ostensible. Sin embargo, con la reacción propia de los equipos de raza, que conocen los resortes que los llevaron a la cima, que se crecen ante el castigo y dominan la tensión, arrollaron al subcampeón de Europa, demolieron al actual líder de la Euroliga, que por primera vez en muchos años, y por primera vez en la carrera de Obradovic, encajaron más de cien puntos. La creatividad y velocidad del Madrid aniquilaron a un equipo que creía en una defensa inexpugnable. Ya veremos en lo que cree a partir de ahora.
Llull ha vuelto. No lo digo yo, lo dijo él al término del partido: “Por primera vez en muchos meses han desaparecido las molestias”. Llull, el alma del equipo, el termómetro del Madrid, el capitán idolatrado por la afición, ofreció un recital esplendoroso. No solo en su versión increíble con lanzamientos imposibles, sino con un dominio preciso del ritmo del encuentro. El base menorquín fulminó a sus rivales en un tercer cuarto primoroso, mayestático y matemático, aplaudido y coreado por una grada entusiasmada por el retorno del talismán. Su regreso es una bendición para nuestro equipo.
Como el de Tavares. La torre madridista parecía algo más lenta y despistada en las últimas semanas, como si el peso de la temporada se hubiera adherido a sus piernas. Había dejado de ser el jugador infranqueable sobre el que el equipo construyó la temporada pasada un doblete de ensueño. Pero no, Tavares sigue con nosotros. Anteayer, empequeñeció a los pívots rivales, en especial a Veseley, uno de los pilares del equipo turco. El caboverdiano se plantó en su zona para rechazar todas las ofensivas turcas y se hartó de matar en la canasta contraria, en continua conexión con Llull, el otro gran protagonista del partido. Sin embargo, sería injusto centrar toda la atención en estos dos jugadores, pues la madridista fue una actuación coral en la que cada uno puso una pepita de oro más que un grano de arena. Randolph estuvo sublime en ataque como Causeur y Deck lo estuvieron en defensa; Carroll anotó doce puntos en once minutos, y así sucesivamente. La plantilla cuajó una actuación excelsa.
Por si los rivales estaban comenzando a borrar al Madrid de la lista de aspirantes, este partido le ha devuelto a la cabeza, tal fue la superioridad que expuso ante un líder impotente y desdibujado por la marea madridista. Quedó patente que, aún y sin una pieza del talento y la versatilidad de Thompkins, un Madrid en plenitud es un rival temible, potente, con un jugador único como Tavares y con un estilo de juego asentado en mil batallas. Un juego que se ensambló de nuevo el pasado jueves para sembrar la intranquilidad en los contrarios y el entusiasmo en los enfervorecidos madridistas que, por fin, volvimos a sonreír.