En una exhibición memorable por su trascendencia, el Madrid aniquiló al equipo más poderosos del continente. Tras una puesta en escena deshilvanada, los hombres de Laso se rehicieron para convertirse en dominadores sin remisión. Ahogadas las fuentes moscovitas de producción por los embates defensivos de los blancos, el orgulloso equipo ruso -rojo desde el mandato de Leónidas Breznev-, se disolvió de forma lenta pero inapelable. Desorientados, cabizbajos, con la mirada perdida, los hombres del CSKA no pudieron más que aceptar la superioridad de un equipo con un único destino: la victoria.
Lo cierto es que el Madrid comenzó como tantas veces esta temporada. Es la cruz de los seguidores blancos. Como si quisieran obligarnos a entender que las victorias son hijas del esfuerzo, nuestros equipos comienzan los encuentros caminando por la senda del desconcierto; una circunstancia que amenaza con convertirse en endémica y en la que es posible que los jugadores se sientan hasta cómodos, pero en la que la duda, aunque siempre ofenda, se siembra en el ánimo de la afición. Por fortuna, la maquinaria blanca tardó en ajustarse lo que Laso en dar con el quinteto adecuado: Llull, Causeur, Thompkins, Randolph y… ¡Carroll!. La metralleta de Jaycee comenzó a escupir triples con la pulsión de sus mejores días y sus compañeros se sumaron a la fuerza del asalto. Cinco triples en 2´50” para sellar un parcial mortífero de 17-4. Mortífero porque el equipo rojo perdió el control, el ritmo y hasta la seguridad en sí mismo: ya no volvió a ser el que era.
Las razones del cambio tan brusco en el libreto no se debieron tan solo a Carroll desencadenado. El Madrid comprendió que los títulos de la Euroliga se ganan en la guerra de la defensa y sus filas escogieron la víctima decisiva: Sergio Rodríguez. Con el genial base canario dictando la coreografía en el primer cuarto, los rusos habían bailado sobre el parqué cual ballet de Bolshoi baloncestístico, -discúlpenme la licencia del símil fácil y recurrente, pero un día es un día, las semifinales de la Euroliga solo vienen a vernos una vez al año y no me digan que el baloncesto no tiene mucho de ballet y no solo las tres primeras letras. Pero Laso no ocupaba la primera fila para ver un Don Quixote, y mucho menos para serlo. Convertido en un general sin escrúpulos, ordenó a sus tropas que maniataran al solista, y desde entonces el ballet, o el ejército ruso, como prefieran, comenzó a maniobrar sin manos, pies ni cabeza.
Solo faltaba rematar la faena. Tras un comienzo de tercer cuarto un tanto inestable, el conjunto blanco se afianzó en la cancha. La defensa se volvió impenetrable y hasta Doncic agobiaba a Clyburn, uno de los estiletes del CSKA (2 anotados de 12 intentos en tiros cercanos a canasta). El Madrid pasó a dominar el rebote y con ello a correr, a cosechar canastas fáciles y a darle agilidad al juego. De forma paulatina, Llull, Ayón y el citado Doncic se agigantaron para convertirse en los hombres que decidieron el curso de los acontecimientos. El Madrid no solo iba delante en el marcador sino que daba una sensación de poderío inalcanzable. Solo la laguna de los tiros libres, catorce fallos en total y ya avanzado el encuentro por debajo del 50%, permitieron a los rusos soñar con la remontada.
Hasta que volvió Tavares. El gigante caboverdiano es un jugador único en el ámbito europeo. Cada vez que sus botas de siete leguas pisan el parqué su impacto es extraordinario. Para bien o para mal. Ayer apareció en el último cuarto para convertir la zona en un fortín y terminar por desesperar la resistencia rusa. No había nada que hacer. La superioridad del Madrid era incontestable. Aunque su orgullo les impidió rendirse, sus miradas y sus gestos revelaban escasa confianza en sus fuerzas. Al fin y al cabo, este Madrid, desde hace más de un lustro, impone.
En el clásico más antiguo y laureado del baloncesto europeo el Madrid ganó la batalla en la cancha, pero también en los banquillos y en los despachos. Laso, al que a veces se pone en cuestión, como si este mundo lo hubiera pisado alguien infalible, dispuso sus piezas en el tablero de forma mucho más eficaz que Itoudis. Pero también Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros han confeccionado con menos medios un equipo mucho más compensado y versátil que el CSKA. Y maduro. Los jugadores madridistas resaltaban después del encuentro que, “todavía no hemos hecho nada”, sin duda una manifestación de intenciones y de un estado de ánimo como tiene que estar en estos momentos, alerta. La final espera a la vuelta de la esquina en este formato de vértigo, y agazapado está, tal y como este humilde escribidor pronosticó -permítanme que presuma de ello que no siempre se acierta- el temido Fenerbahce. Aunque les voy a decir una cosa. En esta ocasión, temo más a Obradovic que a su equipo. Si jugamos como ayer y acertamos con los tiros libres como siempre, la Décima será nuestra. No lo duden.