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El negocio del fútbol


Creo que ya no me acostumbraré nunca. Las nuevas fórmulas del fútbol están tan viciadas de origen que apestan a capitalismo inútil y a mercadeo sospechoso. Desde que tengo uso de razón las pretemporadas se dedicaban a lo que se dedican en cualquier otro deporte, y no digamos los que dependen de la exigencia física máxima, como el atletismo, el ciclismo y la natación. Para competir en una temporada tan exigente como interminable, los cuerpos de los deportistas necesitan una preparación exhaustiva con sus correspondientes periodos de recarga durante el resto del curso. Desde hace unos años este periodo se utiliza para disputar trofeos y títulos de pacotilla.

La pretemporada era un periodo de reflexión y descanso para el aficionado, al que no se bombardeaba todos los días con rumores de fichajes que solo existen en la mente de quienes maman continuamente de la ubre de la urbe futbolística. Por cierto, este hábito nefasto se propaga ya de forma interminable hasta ocupar grandes espacios en los medios. Solo de la memoria de un humilde escribidor que sigue el asunto desde muy lejos brota el recuerdo de que han llegado a asegurar de forma rotunda que Neymar era futbolista del Madrid, que Iniesta jugaría en China y que Kepa ocuparía la portería blanca la temporada corriente. Antaño, uno acompañaba -física o anímicamente- a su equipo en las concentraciones, se hablaba de la forma física de los jugadores, de los métodos de entrenamiento del míster en cuestión y de las variantes del sistema que iba a utilizar. Y, por supuesto, se esperaba a que el equipo estuviera en una forma digna para pisar el escenario.

De esta forma, los amistosos no lo eran tanto, como ocurre en el rugby, en el que en cualquier partido está en juego la honra que se deben a sí mismos y a su deporte. Así, el Madrid coleccionó una estimable serie de trofeos Teresa Herrera y Carranza en los que participaban con asiduidad el Barcelona, el Peñarol, el Benfica, el Milán o el Athletic Club, entre otros gallitos de la época, Un preestreno digno en espera del momento de la solemne apertura del campeonato de Liga. En estos días, el preestreno son unas competiciones sin sentido de nombre pomposo y con aroma de tocomocho: las Supercopas.

No tiene ningún sentido que se disputara la española, ya que el Barcelona la merecía por derecho propio, al ser el vencedor de las dos competiciones. Hubiera sido un despropósito que el campeón de la Liga y de la Copa fuera un equipo y el de la Supercopa, otro. Por no añadir la incoherencia inapelable que supone dilucidar un título de una temporada que ya no existe con unas plantillas diferentes de las campeonas.

Peor es lo da la europea. Al fin y al cabo, la esencia de la española es enfrentar al conjunto más regular contra el más pegador en los duelos directos. El vencedor a los puntos contra el rey del K.O.  Pero, ¿qué lógica tiene enfrentar al mejor de los mejores con el mejor de los segundones, que ni siquiera  ha reunido méritos para jugar las eliminatorias de la competición superior? Juéguese si se quiere, pero llámesela Infracopa. Lo contrario es un fraude al aficionado. Pero claro, hay que seguir haciendo girar una trucada rueda de la fortuna que siempre beneficia a los mismos. Al fin y al cabo, qué más da, con un poco de mercadotecnia y el apoyo de los medios todo vale para el opio del pueblo. Perdón, para el ocio. Quizá, el vicio.

La explicación de tamaños dislates se ofrece en un eslogan que llevo oyendo desde que tengo uso de razón que afirma que el fútbol es un negocio. Es un hecho que hasta ahora no lo ha sido, porque los clubes han perdido dinero a espuertas y el erario público ha tenido que hacerse el sueco ante sus deudas durante décadas. “Extraño negocio que constantemente ha sido rescatado por la Administración”, pensaba yo.

En los tiempos que corren da la impresión de que sí, que el fútbol parece convertirse en un negocio. La pregunta es para quién y qué sentido tiene que sea un negocio. Dentro de nada todas las ligas y todos los clubes estarán haciendo lo mismo, y, por lo tanto, generando de las mismas fuentes. Es decir, como hoy, como ayer y como desde que se inventó, todos jugarán con una misma baraja y terminarán sobresaliendo los que mantengan su tradición, sus seguidores y ganen en el terreno de juego.  Así que me pregunto: ¿es necesario inventarse todos estos trucos de feria de las supercopa de pacotilla o llevarse los partidos a USA? ¿Quién es el beneficiario de todo este mercadeo? ¿No ganan ya suficiente los futbolistas? ¿No será que el dinero que se mueve no es para los jugadores?

Esta es la razón y no otra. El fútbol ya es suficientemente robusto en el mundo sin necesidad de que las aficionados se amotinen y los sindicatos de jugadores protesten por tanta feria. Por otra parte, al público no se le da gato por liebre. La NBA llamó mucho la atención en sus primeros amistosos en España, pero en la última visita de los Lakers a Barcelona no consiguieron llenar el Palau Sant Jordi ni regalando las invitaciones. No es tirando el producto como se vende mejor, sino respetándolo y ofreciendo su máxima calidad. La National Football League es la competición que más dinero genera en el planeta por derechos de televisión, y cada equipo solo juega 16 partidos de lo que llaman regular season. Así que dudo mucho que un Girona contra quien sea, con todos mis respetos para los clubes que acudan al continente norteamericano, vaya a levantar oleadas de pasión en Estados Unidos.

No hace tanto que las pretemporadas estaban en su sitio y el curso futbolístico tenía su orden, sus rituales y su jerarquía. Ahora se recauda mientras se debería entrenar, se encumbran torneos fuera de lugar y sentido y comienza la temporada con más indiferencia que interés. Ni sumando los espectadores que fueron al Bernabéu se hubiera llenado el Nou Camp. Quizá el resumen podría contenerse en una conversación que escuché en una de las emisoras de radio de mayor audiencia el día que comenzó la Liga:

-Se ha comentado mucho este verano que Fulanito juega mejor con una defensa de 3 jugadores que de 4.

-(Ironía) ¿Que se ha comentado mucho, qué? ¿Dónde? (Risas).

-Se ha comentado mucho en… bueno, se ha comentado mucho. (Más risas).

Una involuntaria, ¡pero genial!, parodia del tinglado. Ni ellos mismo se lo creen. ¿Cómo quieren que me lo crea yo?