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Cristiano, el hombre que quiso ser más grande que el Real Madrid


Nunca fui un incondicional de Cristiano Ronaldo. Como lo dije en su día, lo puedo mantener ahora. Durante mucho tiempo, sus maneras y su actitud en el campo me parecieron egoístas e impropias de un jugador que representaba no solo a un club, sino a un deporte. Un emblema planetario del fútbol, un referente para los jóvenes cuyo comportamiento se alejaba de otras leyendas del club, de legado incontrovertible. Con motivo de su despedida inesperada se han vertido muchas opiniones acerca del lugar que merece ocupar en la historia del Real Madrid. Esta es la mía.

No soy amigo de comparar deportistas de distintas épocas y mucho menos en deportes de equipo, ya que las condiciones en las que se entrena y se compite cada vez se alejan más. Tampoco considero la consecución de títulos como una vara inapelable, pues dependen tanto de los compañeros como de los rivales que te toquen en suerte. Mucho menos las estadísticas individuales, que siempre han de estar al servicio del colectivo, y que reflejan de forma parcial y tendenciosa la esencia del juego. Muchos jugadores son bastante más de lo que dicen los números y algunos mucho menos. Y siempre intento conversar con profesionales de otros deportes para que me cuenten lo que los aficionados no vemos y la opinión publicada desconoce. El resultado siempre me sorprende.

Así que me parece mucho más justo combinar lo que dicen las cifras con el impacto que se origina y la huella que permanece. Alfredo Di Stéfano cambió la historia del club, no solo porque era uno de los mejores jugadores del mundo, sino porque tenía la virtud de los imprescindibles: mejorar a los que lo rodean. Llegó, vio y venció. El Madrid consiguió la liga que tanto añoraba y el delantero dio vida al carácter indómito de un equipo inolvidable. La exigencia de una actitud que aunaba la lucha infatigable con el espíritu colectivo. Además, apadrinó a la inexperta y discutida Galerna, hasta modelar un sucesor que sería la correa de trasmisión con las generaciones posteriores. Y él era el ejemplo, el primero que contagiaba y se imponía sobre el resto. Lo importante era ganar, lo demás era secundario. Por eso no le importó abrir las puertas de par en par a Puskas que le borraría de la tabla de los máximos artilleros.

Tuve la inmensa suerte de poder oírle de cerca remarcar, en muchas ocasiones, que fue un afortunado por haber coincidido con grandes compañeros. La última vez, durante el discurso de agradecimiento que pronunció con motivo del homenaje que le tributó la FIFA en la nueva Ciudad Deportiva: “No sé por qué me dan tantos premios. No los merezco, Solo tuve la suerte de coincidir con otros enormes jugadores”. Y terminó, con su sorna carismática, levantando las carcajadas del respetable: “No lo merezco, pero lo trinco”. Crecí escuchando a mis tíos hablar de fútbol, que en mayor o menor medida coincidieron con él. Cuando hablaban de Di Stéfano, lo hacían con veneración. Mucho más que un futbolista, Di Stéfano era el fútbol. Por eso, su herencia se mantiene viva.

Desde luego, el Madrid yé-yé que conquistó la sexta, respiraba sus principios, pero también el de los García y hasta el más refinado de la Quinta del Buitre. Amancio, Pirri, Butragueño, Camacho, por citar a vuela pluma unos pocos de una lista extensa, mantuvieron con dignidad la antorcha de un legado y se hartaron de ganar ligas. No tuvieron tanta suerte con la Copa de Europa, cuya final rozaron en alguna ocasión más, pero que durante decenios se mostró esquiva. Hasta que llegaron Hierro, Raúl y Roberto Carlos. Luego Casillas. Más tarde Figo, Zidane y Makelele. Aquel equipo atesoraba más Champions en sus botas, pero el desmedido afán galáctico terminó por romper un grupo aguerrido que se agarraba a los partidos siguiendo el norte que configuraron Bernabéu y Di Stéfano.

Por el contrario, los primeros años de Cristiano tuvieron poco impacto en el equipo y dividieron a la afición. Normal. No se puede cambiar la tendencia de un colectivo a partir del egoísmo ni esperar el respaldo unánime actuando contra de los valores tradicionales del club. El caudal de títulos seguía siendo muy escaso para el palmarés blanco. En cambio, él dobló el promedio de goles que venía obteniendo en el Manchester, lo que da una idea de para quién ha sido más beneficiosa la relación en estos años. En definitiva, el portugués no se erigió en el capitán de ninguna revolución. Al contrario, el resto de sus colegas y del club tuvieron que aceptar sus caprichos, dictados por unos intereses particulares que desestimaban los de la entidad: declaraciones a destiempo, celebraciones para sí mismo y la postura manifiesta que el resto del mundo, incluido el Madrid y sus compañeros solo eran los medios que manejaba para conseguir sus goles.

Más tarde llegaron los títulos. Sería estúpido por mi parte negar la relevancia sobresaliente de un goleador excepcional. Pero sobresaliente no significa exclusiva. Para empezar, revisando los números -esos que tanto le gustan-, sorprende que más del 61% de sus goles en la Liga fueron absolutamente irrelevantes. Solo el 19% fueron decisivos para que el Madrid consiguiera la victoria. Es decir, uno de cada cinco partidos. Dando por sentado que alguno de ellos habrá derivado de sus genialidades, me imagino que en otros -ya que en el Madrid ha más que doblado el promedio del Manchester y de la selección-, la jugada vendría hilada con mimo desde atrás para que rematase con cierta ventaja. También es probable que alguna de sus dianas provenga de los 91 penaltis y ¡435! faltas que lanzó. Por otra parte, y sin intención de restarle sus méritos sino de que los comparta en su justa medida, sospecho que cada cinco partidos Keylor hace una parada determinante Ramos sale al corte de forma salvadora y Marcelo y Carvajal resquebrajan la defensa contraria por sus bandas. Es curioso que casi esta misma proporción se repitiera en las finales de la Liga de Campeones. Solo en la de 2017 consiguió dejar constancia de su capacidad, mientras que su paso por las otras tres fue más bien discreto. De hecho, solo hablando de su faceta, el gol, Ramos fue mucho más determinante y Bale anotó más con el balón en juego. CR sólo lo consiguió en uno de cuatro partidos. Tampoco es mucho para un ser humano que se autoproclama como el mejor del mundo sin discusión.

Repasando la biografía del delantero y en qué momento llegaron los éxitos del Madrid, parece al menos cuestionable que su aportación haya sido más determinante que la de sus compañeros. No fue con él, sino con la madurez de los citados y la creación de un centro del campo sublime con Modric, Kroos y el contrapunto Casemiro, cuando llegaron las Ligas de Campeones. Por cierto, todos al servicio del señor: el mejor del Mundial, la perla de la selección alemana, dos centrales campeones del mundo y dos laterales estratosféricas, todos, no lo olvidemos, trabajando y buscando continuamente a CR, al igual que sus dos compañeros Benzema y Bale, sacrificados a las ansias goleadoras del luso.

Lo he vivido y me lo han contado muchas veces. Esta situación, en la que todo el equipo está al servicio de una estrella caprichosa, condiciona enormemente al resto. Para que el niño no deje de respirar, todos le buscan de forma descarada, en detrimento de sus compañeros, (al escribir estas líneas Bale ha conseguido 10 goles en 10 partidos y Benzema lleva 5 en la liga), y del equipo, que desperdicia mejores opciones de juego por una obsesión que se contagia. Al fin y al cabo, ya que tiene que jugar y se niega a cambiar su forma de hacerlo, lo mejor para todos es que el anotador compulsivo esté contento, aunque al resto le toque tragar quina y correr el doble. En palabra de un internacional ya retirado, al que no citaré para no meterlo en líos, este tipo de jugador explota a sus compañeros. Puede que esta sea una de las causas por las que el Real Madrid, a pesar de sus Champions, solo haya conseguido dos ligas en los últimos 9 años, si bien, Ronaldo haya más que doblado-repito, el porcentaje por partido de goles que metió con el United. Algo tendrán que ver sus actuales compañeros, primero en que meta más goles, y, después, en que con el mismo número de goles suyos, lleguen los títulos.

No sé si eran las ganas que un servidor tenía de verlo o fue cierto que su carácter mejoró en los últimos tiempos. No es que fuera un dechado de virtudes, pero al menos, celebraba los goles conjuntamente, se quejaba menos cuando no le pasaban, y hasta salió en defensa de Benzema para reconocer su importancia en la consecución de sus goles cuando los aficionados no cesaban de censurarle, Pero llegó la final de la Champions y el castillo de naipes se vino abajo. Lo que manifestaba en privado-me consta de primera mano- terminó por hacerlo público: ¡madridistas de todo el mundo!; primero Cristiano, luego el Madrid. Por lo demás, su comportamiento estos días con Modric, quien ha sido su compañero leal hasta fecha bien reciente, ha rozado la mezquindad. Y creo que me quedo corto.

En resumen, la aportación de Cristiano fue tan magnífica en goles como escasa en otras facetas que definen la esencia de los que merecen el recuerdo eterno: la generosidad, la humildad y la singularidad de hacer mejores a quienes te rodean. Es decir, la ejemplaridad. Su contribución a la fuerza del grupo y a la perpetuidad del arquetipo madridista fue ínfima en comparación con la que generaron Di Stéfano y Gento, cuyo legado fue recogido y honrado por tantos otros hombres que siguieron su misma senda para forjar la leyenda de un equipo indomable. Pero no, también en eso, quiso ser especial y romper la tradición de los héroes blancos. ¡Pobre Cristiano! Una ambición tan desmedida que pretendió ser más grande que el Real Madrid.