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El día que Walter Szczerbiak noqueó a Blondet (5ª parte)


“No podía creerlo, pero en la primera jornada ya habíamos ganado la Liga”, comenta sorprendido. A expensas de ser tachado de irrespetuoso con las minorías, el primer encuentro de Walter contra la selección de la República Popular ha sido una tortura china. En cambio, su estreno oficial en el Pabellón es un éxito tan rotundo como imprevisto. Al terminar, todo el mundo comenta que la Liga ya tiene amo. A su llegada a Madrid, Walter descubre hábitos, circunstancias y personas con los que no contaba. La comida, el calor -la ausencia de aire acondicionado, más bien-, la sequedad del ambiente y el carácter de un gran equipo le sorprenden en su adaptación a, casi, un nuevo mundo. Lo que de ninguna forma espera es que a las primeras de cambio ya esté el oso cazado. No, no están vendiendo la piel antes de tiempo, tienen al úrsido en la jaula. ¿Cómo es posible? Veinticuatro horas de locura y el descubrimiento de que hemos contratado a un alero extraordinario.

El capricho del sorteo empareja a los dos grandes favoritos en la primera jornada de una liga que se juega a doble vuelta. No caben los tropiezos. Los enfrentamientos entre los tres de arriba (el Juventud, entonces, es el tercero) sellan la suerte del campeonato, pues la diferencia con el resto es abismal. Además, el clásico se presenta como una prueba para los directores técnicos -que han hecho desembolsos sustanciales-, y, sobre todo, como un duelo en la cumbre entre los dos grandes fichajes, Walter y Héctor, “El Mago”, Blondet. Pero ¿quién es Blondet? Fiel al estilo del club en aquellos tiempos, los culés buscan de forma desesperada algún jugador que pueda desestabilizar la hegemonía del Madrid. Un hombre les llama la atención, el “Mago” Blondet, nacido en Nueva York de padres portorriqueños y criado en el país del baloncesto. Un atleta elástico, imaginativo, muy rápido y con un salto felino. Un anotador de 196 centímetros que llama la atención en los Juegos Olímpicos de Múnich-72 por su espectacularidad y facilidad para encontrar el aro. El Barcelona lo presenta como la perla de los Juegos que viene a derribar el orden establecido y el propio protagonista acepta la misión.

Sin embargo, las expectativas barcelonistas se difuminan en un santiamén y las madridistas desbordan cualquier cauce previsto: el lance dura menos que un ciudadano de a pie escuchando una perorata política en estos tiempos. Walter recita su discurso de bienvenida ante un público atónito que le ovaciona de continuo, mientras el Madrid ofrece cuarenta minutos de un festival apabullante que revienta la banca. ¡47 puntos! de Walter por solo 16 del boricua, diferencia que se duplica entre los equipos, hasta un 125-65 nunca visto. Unas cifras que reflejan la distancia entre uno y otro jugador y, sobre todo, entre los conjuntos llamados, en hipótesis, a dominar el campeonato. Más allá de la embestida de los puntos de Walter, el engranaje del grupo se ha engrasado hasta su perfección. Su compenetración y complementariedad con los compañeros es tan asombrosa que potencia el juego del resto. El Madrid está de nuevo en la cumbre de Europa. El mundo del baloncesto, la prensa, los aficionados se rinden al equipo de Ferrándiz y a su nueva figura, y hasta el añorado José María Iñigo le invita al programa de moda, “Estudio Abierto”, en el que sorprende a todo el mundo por su más que correcto uso del español. También es un fenómeno fuera de la cancha.

Este no es el único acontecimiento del fin de semana que determina la suerte del torneo liguero. Veinticuatro horas antes de la histórica victoria por sesenta puntos, el Juventud de Badalona se presenta en Madrid para jugar ante uno de los humildes de la competición, el Vallehermoso, que disputa sus encuentros en el pequeño pabellón de la calle Juan Vigón, una de las esquinas del recordado estadio de atletismo del mismo nombre. A priori, el partido ha de ser pan con tomate comido para los catalanes que, una vez en marcha, dominan con mucha mayor facilidad que los márgenes en torno a los diez puntos de ventaja que registra el marcador. No todo va a ser un desfile militar. En los últimos diez minutos, el equipo madrileño se arranca con unas jugadas de furia y acierto que el público en la grada anima con esperanza en la resurrección. La atmósfera está cambiando y se avecina tormenta. La tempestad descarga toda su furia eléctrica cuando entra en juego una pieza despistada hasta entonces, otro estadounidense de los que debutan en la primera jornada, Nelson Isley, un base ajeno al patrón de los españoles, un tirador que “yo había recomendado”, relata Walter. Inspirado por el ambiente, comienza a anotar desde lejos y a alejarse en cada tiro, tanto que el último lo hace ¡apenas cruzado el medio campo! Los espectadores aplauden y gritan emocionados e incrédulos. Están asistiendo a una sorpresa mayúscula y contemplando los lanzamientos más lejanos que han visto y que verán en mucho tiempo. Quizás debería emplear la primera persona del plural, porque yo tengo la fortuna de ser uno de los asistentes que no se creen lo que están viendo. Un tipo flaco, pequeño, zurdo y, en apariencia desinteresado por lo que ocurre, se lleva por delante al glorioso equipo de Badalona, convierte la grada en una verbena y anticipa el festival del día siguiente. En solo un fin de semana, el primero de la competición, queda claro en la mente de todos que el Madrid es el campeón, “todo el mundo me lo decía, aunque yo no sabía si creérmelo”, dice nuestro amigo Szczerbiak. Tampoco Blondet, que aparece en ‘Estudio Estadio’ declarando que no cree que por un partido todo esté terminado. No conoce el percal ni es capaz de analizar lo que ha sucedido. El Madrid es una máquina demoledora y el enfrentamiento de fichajes que todo el mundo esperaba se cierra para él con ¡31 puntos! de desventaja. Hasta los cronistas televisivos podrían haberse percatado de la diferencia: un personaje vacilante en un programa deportivo y otro aclamado en el programa estrella de la televisión en horario de máxima audiencia. El duelo se diluyó para siempre en el primer asalto de aquel día, cuando Walter noqueó a Blondet.