Era incapaz de pronunciar una frase coherente, pero no paraba de moverse. El niño, ojos azules y pelo rubio rizado, levantaba del suelo lo que levantan los niños de tres años. Le pregunté a Gelu, la madre: “¿Esto es siempre así?”. “Siempre”, me respondió. “Apenas llega al parque se lía a dar vueltas y no hay quien le pare. No cesa de correr durante una hora. Ni columpios ni toboganes. Como si no los hubiera”. Lo miré con curiosidad y se cruzó la idea de que quizá estuviera mal de la cabeza. “¿Estará loco? Al fin y al cabo, a mí también me decían de joven que estaba como una cabra.” Luego pensé en el poderío de los genes.
Clifton “Pop” Herring ha pasado a la historia del deporte por no atisbar en un quinceañero al mejor jugador de todos los tiempos. Descartado del equipo A del instituto, el rechazo incendió el fuego interior de Michael Jordan, que desde entonces se convirtió en un poseso del baloncesto. Apenas cuatro años más tarde anotó la canasta decisiva de la Universidad de Carolina del Norte para ganar el campeonato de la NCAA, quizá el acontecimiento deportivo que mejor define a una nación. Al término del encuentro, cuando le preguntaron si aquélla era la canasta de su vida, se limitó a decir: “Ya veremos”. Tras cumplir el sueño de debutar en el Bernabéu siendo todavía jugador del Castilla, hace ya cuatro años, Marcos Llorente llegó a casa de sus padres y se sentó con tranquilidad en el sofá para acariciar su cachorro mientras la televisión sonaba de fondo. Ante la insistencia de su madre para que saliera con sus amigos a celebrar el estreno, Marcos replicó con toda tranquilidad: “¿Celebrar qué? Todavía no he hecho nada”.
Ojalá algún día Marcos pudiera cumplir una hoja de servicios que se acercara a la del astro norteamericano, algo poco probable, la verdad. Pero la anécdota, una licencia poética si me permiten, nos acerca a la mentalidad de los deportistas que aspiran a convertir el deporte en el propósito de su vida. Ciertamente, a la edad que tomaron estas decisiones el cuerpo pide ser más un Dembélé que un cartujo, pero puestos a elegir, porque lo cree así, y porque lo ha visto, Marcos se decantó por consagrar su vida al fútbol.
Fuera de él, Marcos es un chico tranquilo, natural. Lo miro y veo un joven apasionado por lo que hace. Casi un chico normal. Dentro de la normalidad de los Llorente Gento, claro está. El padre ya llamó la atención de sus compañeros por su afición a las ensaladas y la guasa de Gordillo le rebautizó como “El Lechuga”. Con artículo, como los artistas y los toreros. Saltarse la norma para salir de la normalidad. Quizá Marcos se salga de la norma y no haya tantos chicos de su edad entregados con la dedicación de un monje a una causa en sí misma intrascendente, dar patadas a un balón. También recuerdo que decían de mí que era raro, aunque uno nunca se da cuenta de estas cosas. En uno de aquellos viajes de los 80 por Europa, interminables y compartidos con los medios, en los que la duración nublaba la mente y terminaba con los temas de conversación, Manolo Lama me confesó que en cierta ocasión le sugirió a Fernando Martín que mucha gente decía que era un poco raro. “¿Raro yo?”, contestó. “Joe Llorente, ese sí que es raro.” Así que hay que asumir que algún tipo de pedrada ronda por los genes.
Por eso, a su padre y tíos paternos la actuación de Marcos no nos sorprendió en absoluto, Nuestra pasión por el deporte no cesa, sino que aumenta de forma peligrosa con la edad. De los cuatro, ya todos por encima de los 50- hasta nosotros cumplimos años-, hay dos que caminan ahora con muletas, pero que están deseando lanzarlas a la mierda (o sea, a la basura) para volver a la bici, a correr, a patinar, a esquiar o a la especialidad que se cruce en nuestro destino. Marcos está cortado por el patrón Llorente y, además, lleva genes de uno de los jugadores que mejor ha encarnado los valores del Madrid, Ramón Grosso, el hombre que honró el nueve que había dejado Di Stéfano. ¡Casi nada! Pocos en la historia del club hubieran podido suceder al mito madridista con tanta dignidad.
P. D. Cuando Marcos comenzó a destacar un periodista le preguntó que si sus tíos no le daban consejos. “Sí, me dicen que me cambie de peinado, que este es lamentable”, contestó entre risas. El asunto tiene su historia.