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Los futbolistas ya no tienen tiempo de tener tiempo


Los jóvenes de estos tiempos buscan de forma desesperada la recompensa inmediata, instigados por los estímulos de una sociedad hiperactiva bajo el imperio de la Red. El triunfo ha de ser instantáneo y la permanencia aburre, aunque sea en el Real Madrid o en el Barcelona. Un fenómeno que se agudiza por los usos de un deporte cada vez más mercantilizado.

La decisión de Morata era la titularidad o la peregrinación. Es decir, esperaba volver al Real Madrid y desbancar de un plumazo a los delanteros que han conquistado tres Ligas de Campeones. Hoy en día, se duda del futuro tanto como del pasado, que parece no existir. Para qué hipotecarse con lo que anhelo si el presente ya me ofrece mucho. Y mucho menos mirar a la decadente Historia, escrita en su mayoría negro sobre blanco y no en formato digital. Lo que pasó es una hoja escrita que no mueve molino.

La tendencia no es nueva en una época en la que los jugadores se mueven en busca de el inmediato dorado, azuzados por una panda cada vez más numerosa de intermediarios que los lanzan a una aventura tras otra, a veces, una desventura. El sistema los creó porque, desde cualquier punto de vista, los clubs se entendían mejor con ellos que con el jugador o con unos abogados que lo pudiera representar. Al fin y al cabo no existe un colegio profesional que vigile la ética profesional de quienes agitan el mercado en busca de su beneficio exclusivo.

Creada la necesidad, los deportistas difícilmente pueden moverse en un mundo dominado por las agencias, así que, están obligados a integrarse en alguna de las que dominen el cotarro, cuanto más, mejor. Los jóvenes ya no pueden escapar de una realidad que les viene impuesta, hasta tal punto que han llegado a creer que el que no tiene un agente a los 16 años no es nadie.

Entre unas cosas y otras, comisiones que van y vienen, medios que alientan los traspasos para llenar de dinero los huecos cada año más vacíos del verano, los jugadores pululan al antojo de quienes mueven los hilos de un negocio que se aleja del deporte con botas de siete leguas. Al Barcelona se le escapan los niños al fútbol inglés y el Madrid no pone pasión para retener a los que se hacen adultos, como si los afectos hubieran desertado del balompié.

Cristiano y Neymar que juegan a irse: Morata que se va; Danilo que es vendido porque llega una buena oferta, y al que se quiere quedar, Pepe, el club le niega tanto la renovación como una despedida digna. Son solo unos ejemplos -los más conocidos- de las mareas del verano. No importa quién viene o quién va, porque hoy se besa un escudo y mañana el sueño de toda la vida será vivir en otro sitio, trabajar con cualquier entrenador o vestir unas botas fucsia. Nunca se había oído tantas veces esa declaración que sentencia “ficho por el mejor equipo del mundo”.

A tenor de cómo lo alimentan, ni a los jugadores ni a los clubs parece importarles demasiado este tráfico de vender para comprar y comprar porque el consumismo también se ha instalado en el fútbol. Creen que el dinero lo puede todo y todo es medido en dinero. Y solo se habla de dinero. Un asunto que llama la atención para un negociado que se basa precisamente en la pasión, en la identificación con unos colores o con un club. Si cada vez hay menos entre los protagonistas ¿cuánto tardará en afectar este desapego a los aficionados?

O quizá ya lo está haciendo pero no se repara-o no se quiere reparar- en ello. Los seguidores blancos que se trasladaron a la final de la Liga de Campeones tuvieron una despedida inolvidable. Espectadores de un desfile de poses infinitas con la copa y de la invasión del césped por parte de una multitud, contemplaron expectante la embriagada y alambicada celebración de los jugadores mientras esperaban su turno. Primero con paciencia, luego con estupefacción y, más tarde, con cabreos manifiestos, porque su turno nunca llegó. Apenas tres de ellos (Marcelo, Danilo y Keylor Navas) se acercaron a la banda para celebrar juntos el éxito conseguido y para agradecer a los aficionados el esfuerzo -enorme en algunas casos- y el apoyo incondicional que les brindaron en la final.

Así ocurrió y en estas estamos, porque estos sucesos no son un fragmento de las menos de mil palabras de un cronista que no comparte determinados comportamientos, sino una imagen que vale mucho más. La imagen de los tiempos que corren, aunque muchos no la quieran ver y los que la ven no la quieran contar.