Y diría que mayor que en fútbol. Sin poder reclutar a sus mejores elementos, las selecciones punteras se ven obligadas a jugar con su clase media, mientras que sus rivales de menor entidad cuentan con sus mejores jugadores. Con estas limitaciones, España perdió frente a Israel y no tiene ninguna licencia hoy contra Rumanía: necesitamos ganar para jugar el Eurobasket 2022.
Nuestro equipo nacional se diluyó por lo que ha sido su mejor virtud desde que Antonio Díaz-Miguel viajaba a Estados Unidos para observar con detalle – y ¡grabar cuando en España no había cámaras! – cómo defendían la Universidad de North Carolina de Dean Smith y la Indiana de Bobby Knight. La selección bien que lo hizo para competir hasta con Yugoslavia y la Unión Soviética, que de existir hoy conformarían equipos formidables. Nuestra selección lo pasó por alto en el segundo tiempo frente a Israel y el partido cambió a manos ajenas.
España logró su clasificación para el último Mundial con unos jugadores entregados y generosos cuya mayoría era consciente de que no tenía ninguna opción de jugarlo. Aún así, apartaron la circunstancia para entregarles a los que lo ganaron la posibilidad de hacerlo sin rechistar. Y en esta ocasión sucede lo mismo, con la preocupante noticia de que la media de minutos de los elegidos por Sergio Scariolo está en torno a los diecisiete minutos, cifra que va disminuyendo con el paso de los años. «España es el país del mundo en cuya liga hay menos jugadores nacionales», concluye el seleccionador.
El equipo español lleva unos años en el filo de la navaja con una élite extraordinaria que envejece, en particular por su trascendencia, los hermanos Gasol. Los relevos vienen con calidad, pero con cuentagotas, pero necesitamos más oportunidades para muchos jóvenes que se pierden en el camino. Scariolo lo reclama y me parece una petición más que razonable y necesaria.
A diferencia del balompié -siempre me gustó esta palabra, ya en desuso-, en el que todos los jugadores están disponibles para sus ventanas, en el baloncesto no pueden tomar parte ni los jugadores de la Euroliga, ni, por supuesto, los de la NBA, que andan en el otro lado del océano con su competición singular. La controversia permanente e irresoluta de la FIBA con los mandatarios de la Euroliga ha conducido a un callejón sin salida, un calendario sin pactar en el que las federaciones disponen de lo que pueden. Y en este desencuentro salen perdiendo todos, aficionados incluidos, y, sobre todo, el baloncesto.