El carácter del genial jugador argentino lleva camino de convertirse en uno de las mayores incógnitas del deporte mundial. ¿No habíamos quedado en que este año quería ganar la Champions? A fuer de ser sinceros, la matraca mediática no es culpa suya ni estas palabras van en su contra, sino en la de la incapacidad de esa clase periodística que confunde la información con la mercadotecnia, la complejidad con lo básico y lo accesorio con lo esencial, como si el fútbol, el baloncesto o una clase de geografía sobre el globo terráqueo fueran lo mismo porque una esfera capta la atención de los presentes. Maldita la atmósfera de Andfield, odioso el espíritu ingobernable del Liverpool que echaron por tierra el lema de esta campaña electoral. Ahora todo el mundo sabe, aunque pronto habrá un contraataque con otro eslogan, que un jugador nunca puede ser mejor que un equipo determinado y vinculado por la obtención de lo que parece imposible.
Por lo demás, nada nuevo bajo el sol. Desde que desapareció del Barça aquella extraordinaria columna vertebral -que también lo fue de una selección que consiguió dos eurocopas y un mundial-, Messi se ha mostrado como un jugador genial, único, el mayor productor de joyas para los resúmenes de televisión y documentales sobre la historia del fútbol, pero cojo en su rendimiento. Nadie ha hecho lo imposible tantas veces como él, aunque también es justo precisar que, en su época de esplendor, ni Di Stéfano, ni Muhammad Alí, ni Eddy Merckx, ni Michael Jordan, ni Federer o Nadal, por poner algunos ejemplos, fallaron de forma tan manifiesta en las oportunidades que definen a los más grandes. No sólo es que Messi no haya ganado un Mundial, sino que sólo ha sido capaz de marcar en la fase de grupos, jamás en las eliminatorias. En las últimas ocho ocasiones en las que el Barcelona fue desbancado de la Liga de Campeones, en los dieciséis partidos, únicamente consiguió marcar en la ida de la reciente fallida oportunidad. Contra el Chelsea, la Roma, el Atlético en dos ocasiones y, ayer, el Liverpool, Messi se ha mostrado como una sombra andante de su genialidad, un Curro Romero del fútbol situado entre los más grandes, pero, en demasiados momentos críticos, incapaz de cumplir su voluntad.