A pesar de su comportamiento desordenado, casi inescrutable, y a pesar de que para muchos madridistas es un diablo que nunca mereció pertenecer a la entidad, los hechos son incontrovertibles. Nos guste más o menos su comportamiento, sin importar lo que nos dictan las entrañas, a los deportistas hay que medirles por su impacto. Y el impacto de Bale es ya legendario.
También en las leyendas existen los héroes contradictorios que no se sabe en qué bando militan. Y los deportistas de hoy se parecen más a mercenarios que se venden al señor que mejor les pague que a los titanes que se impregnan de una causa y la defienden por encima de cualquier adversidad. Bale siempre fue escurridizo, ambivalente, con demasiada pasión por asuntos demasiado alejados de la ortodoxia madridista, como el golf y el ardor permanente que exhibía con su selección, País de Gales.
Pero los hechos nos cuentan que Bale fue un actor decisivo en la segunda edad de oro madridista. Su llegada coincidió con Cristiano y Benzema para formar un trío de delanteros excepcional, magnífico, quizás el más poderoso que nunca se haya visto. Ahora que vemos un fútbol que se decanta hacia la potencia y velocidad, ellos fueron unos adelantados a su tiempo, una estampida que destrozaba las defensas, una ofensiva tan poderosa que Guardiola, en uno de sus juicios más desacertados y egoístas, se excusó de su impotencia diciendo que eran unos atletas.
Con la decadencia del equipo llegó la del galés, que terminó visitando el banquillo con frecuencia. Ello no impediría que lograra un magnífico doblete que sacó a su equipo de la mediocridad en la final contra el Liverpool al marcar uno de los mejores goles de la historia de la competición. Pero su gloria concibió el desastre. Apenas unos minutos después de su obra maestra puso en entredicho su madridismo con unas declaraciones tan fuera de lugar como inaceptables para el aficionado de corazón.
A partir de ahí se torció todo. Como en esas películas que muestran la decadencia de los deportistas, cualquier actuación suya era peor que la anterior. Y cualquier declaración o hecho fuera del fútbol era juzgado con severidad en una caída imparable hacia el desprecio. Bale ya era un proscrito sin valedores en el club ni entre los aficionados, sin importar que hubiera marcado más goles que Cristiano Ronaldo en las finales de las cuatro Champions, sus goles decisivos en Lisboa y en Valencia frente al Barcelona, y que su promedio goleador fuera superior al de otras leyendas del club como Butragueño y Mijatovic.
No es fácil juzgar lo ocurrido porque hemos de hacerlo por impresiones o por testigos de tercer orden. A veces las cosas no son lo que parecen, el lenguaje corporal no expresa los sentimientos reales y nuestros veredictos son superficiales. Aún más en un terreno como el fútbol, en el que las emociones inundan el cerebro hasta anular la racionalidad de la mente. El fútbol es un relato colectivo que cada uno lo interpreta a su manera. Pero el historial de un futbolista impresionante que no supo administrar su grandeza quedará en los anales de la historia. A nuestro pesar.