Quizás no les parezca un titular demasiado original, pero les aseguro que no exagero. España es una tierra fecunda en producir cultura y costumbres dignas de merecer tal consideración. Junto al flamenco, el silbo gomero y la dieta mediterránea, propongo que se incluya en la lista al atleta interminable, a un «hombre verdadero» ahora que escasean tanto. Así le nombró en la meta el mito de la marcha, Robert Korzeniowski, cuatro medallas de oro olímpicas y retirado hace 15 años, aunque sólo tenga uno más que Bragado.
El más incesante de nuestros deportistas lo ha vuelto a lograr a punto de cumplir los cincuenta años. Tras ¡13 mundiales disputados! -una vez campeón y tres subcampeón- la octava plaza en el Mundial de Doha le da el pasaporte para ser también el más olímpico de todos los olímpicos. Conseguido en condiciones abrasadoras, a nuestro marchador le viene como anillo al dedo eso que suena a hemiciclo político de «cuanto peor para el resto mejor para mí». Un personaje tan duro que prefiere los entornos extremos, porque como todos los héroes, cuando los demás se disuelven él permanece.
Además, su permanencia entronca con las culturas de la Antigüedad, pues la marcha es una manifestación clásica de mejicanos, chinos, japoneses e hispanos, de un castellano enjuto y menudo que también se asemeja a un hombre del futuro, una especie híbrida de las que dicen que vendrán.
Con sus prótesis de caderas casi es mitad robot-mitad humano, y su cerebro parece programado más por la inteligencia artificial que ser fruto de neuronas. Sin embargo, ¡qué quieren que les diga!, me da la impresión que es hoy y aquí donde más le necesitamos. En una sociedad en la que los padres no saben qué decirles a sus hijos, mientras éstos navegan de una virtualidad a otra ante unos maestros indefensos. En un tiempo en el que la juventud necesita modelos del esfuerzo exhaustivo y duradero que requiere la existencia, en la que uno sólo puede aspirar a alcanzar la dignidad consigo mismo por su dedicación incondicional y el reconocimiento de los demás por las lecciones que su actitud muestre.
Por su conducta que conecta con los ideales del pasado, su forma de actuar que se acerca al futuro y, sobre todo, por lo que le necesitamos aquí y ahora, don Jesús García Bragado merece el respeto incondicional y el recuerdo imperecedero. Desde aquí le brindo los míos.