Tenía mucha curiosidad por observar la reacción del Madrid frente a dos exigentes piedras de toque: el Valencia Basket y el Unicaja. El Valencia es un proyecto sólido de nuestro baloncesto que ha recuperado los lesionados que lastraron su último curso. Al igual que el Madrid, tiene una sólida base de jugadores españoles (Vives, San Emeterio, Sastre) que mezclan a la perfección con extranjeros de nivel asentados desde hace tiempo en España (Will Thomas, Dubljevic). El resultado es un conjunto armonioso que hace dos temporadas nos arrebató el campeonato de Liga tras jugar unas soberbias eliminatorias para el título. Por desgracia para ellos, el equipo perdió a Pedro Martínez, el mejor entrenador español del momento, sin considerar a Pablo Laso, claro está. Laso está ya en los libros de historia del baloncesto a la altura de los más grandes, con los enormes merecimientos de haber conquistado una gran cantidad de títulos, pero, sobre todo, de haber construido una máquina de jugar inédita en el último decenio.
Los sucesores de Martínez al frente del Valencia son grandes entrenadores, sin duda entre los mejores, pero no fueron los artífices del proyecto. Este es el principal problema que afronta Ponsarnau esta temporada: dotar de un espíritu propio a una fórmula creada por otra personalidad. También el Unicaja ha cambiado de entrenador, ahora Luis Casimiro. El Unicaja es un proyecto que parece caminar en permanente transición, más apegado a cambiar cromos cada temporada. A pesar de ello, ambos equipos tienen buenos mimbres y muestran maneras de grandeza, así que con toda seguridad serán rivales del Madrid en los enfrentamientos por los títulos.
Por el contrario, el Madrid carece de problemas de espíritu. ¿Qué equipo los puede tener contando en sus filas con Sergio Llull? Llull es un tótem, un talismán, casi una deidad a la que atribuir poderes sobrenaturales. Es el alma del equipo, pero también la fuerza y la habilidad para conseguir canastas increíbles. Su tercer cuarto, el que liquidó al Valencia como si fuera un equipo vulgar, fue extraordinario, dominador, majestuoso. Hizo lo que le dio la gana, cuándo y cómo quiso, para terminar su exhibición con un triple a una pierna, cayéndose para atrás y sin apenas agarrar el balón porque faltaba menos de un segundo para concluir la posesión. Si no fuera porque lo vi, diría que fue increíble.
El resto del equipo se comporta como un modelo de última generación que despliega un baloncesto rápido, imaginativo y ensamblado hasta el último detalle. Son muchos años, muchas horas, un sinfín de conversaciones y mucho esfuerzo, también para integrar a los nuevos -que se fichan con lupa para que encajen en un equipo que juega como un equipo-desde el momento de su llegada. Tiradores, jugadores de poste bajo, defensores, creadores de juego y un gigante veloz de nombre Tavares nos deleitan cada partido con un juego rápido, vibrante, espectacular y, por desgracia para los rivales, apabullante. El Madrid aparece hoy como un equipo poderoso, casi imbatible, salvo por decisión propia. Durante el tercer cuarto de su contienda con el Unicaja frenó su frenético ritmo, quizá por despiste, tal vez por ilimitada confianza en sus fuerzas. Lo cierto es que tuvo que volver a pisar el acelerador a fondo para doblegar al aguerrido conjunto malagueño, pero mostró una vez más que domina los partidos cuándo y cómo quiere.
Bien es cierto que esto no ha hecho más que comenzar y los títulos se deciden a partir de febrero. ¡Y a mí qué más me da! Que me quiten lo bailado si luego no llegan. Hace unos años, no me hagáis mirar el calendario por favor, el Madrid de Laso batió todos los récords de partidos ganados, pero fracasó con la Euroliga después de una temporada fabulosa. El palmarés no refleja el título, sin embargo aquella racha permanece en el recuerdo de los aficionados. Emociones que se disfrutan, emociones que permanecen. Como el brillante Brasil del 82 de Falcao, Zico y Toninho Cerezo que fue eliminado en cuartos de final por la siempre rácana Italia. El fútbol lloró ese día, cuando Sócrates consoló en el vestuario a sus desolados compañeros. “No lloréis. Hemos perdido siendo fieles a nuestros principios y este equipo permanecerá en la memoria”. Y así ha sido. Quizá el mejor equipo de la historia del fútbol sin un título mundial, junto con la Hungría del coronel Puskas.
Sólo un rayo que caiga sobre la cabeza de Laso y sus muchachos les impedirá añadir unos cuantos trofeos más al historial sin parangón del club. Dicen los cenizos, que tanto florecen en este país en cualquier estación, que el equipo está demasiado bien a estas alturas de temporada. ¡Al carajo! El equipo anda como un tiro, la plantilla es de 16 jugadores que juegan de memoria porque han pasado más horas juntos que con sus novias y, queridos malasombras, don Pablo y sus ayudantes saben más que Lepe y Lepijo. Y estaría por apostar que también más que su hijo. A la vuestra salud, aguafiestas.