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Mi adiós a Toñín (Gento III)


El día de Navidad de 2020 murió Antonio Gento López, el futbolista con más clase que ha dado la estirpe. Para el mundo del fútbol fue Gento III, y para la familia, Toñín, siguiendo la costumbre de los hipocorísticos cántabros que abogan por esa terminación tan tierna, más propia de los niños. A mi tío le venía como anillo al dedo, pues siempre conservó la bondad e ingenuidad propia de la infancia. Si tuviera que elegir una sola palabra para definirlo escogería bonhomía.

Salió muy joven de su Guarnizo natal hacia Madrid, pues demostró una capacidad técnica y visión de juego de forma muy precoz. En los años 50, con esas botas, aquellos balones y los irregulares verdes de Cantabria, Toñín acariciaba el balón y lo ponía donde su cabeza ordenaba, con una precisión que su hermano Paco alaba y su hermano Julio alabó cada vez que este escribidor le preguntó con la curiosidad de quien le vio jugar en contadas ocasiones y siendo un niño. Con apenas dieciséis años ya lanzaba las faltas con el efecto suficiente para que el balón sobrevolara la barrera y entrara por la escuadra contraria en la que se situaba el portero. Muy pocos jugadores profesionales eran capaces de hacerlo entonces.

 

Antonio Gento y hermanos

 

Al poco de llegar a la capital se alineó con sus hermanos en el Bernabéu en un amistoso del Real Madrid contra el Zúrich, pues Julio ya jugaba en el filial madridista. Llegó con la fama que le concedieron las crónicas de la época y dejó constancia en la ocasión de que se correspondían con la realidad. Tras tres temporadas en el Plus Ultra, el Castilla de entonces, logró un hueco entre los once elegidos para jugar con el primer equipo en tres partidos del curso 1961-62, en el que consiguieron el doblete nacional. El equipo de Di Stéfano, Puskas y Gento ya no era el mejor de Europa, pero casi, así que no había muchas oportunidades para un joven mediapunta entre la veterana, pero aún aguerrida, legión blanca.

Después haría una brillante en carrera en el Oviedo y en el Racing de Santander, sin que nadie haya sabido explicarme por qué un jugador con tanta elegancia, precisión y rapidez no logró mayor fortuna en el fútbol. Bien es cierto que desoyó cualquier oferta que le alejara demasiado de su tierra, y ni siquiera permaneció en el Levante, con el que ascendería a Primera tras salir del Real Madrid. En una familia en la que, incluso los que no hemos nacido allí, nos sentimos cántabros hasta la médula, Toñín quizás fue el más cántabro de todos: de forma indefectible, cada vez que subías en su coche sonaban una y otra vez canciones tradicionales de la tierruca, como si incluso viviendo en ella necesitara reforzar sus emociones con mayor intensidad.

 

Gento III Oviedo

 

De su época de jugador conservo recuerdos imborrables. Televisaron un partido en directo del Oviedo y marcó un gol de tacón, como el que se conserva grabado de Di Stéfano. Dejó pasar el balón entre las piernas para rematarlo en última instancia, una acción muy llamativa en los años 60, gracias a la que fui el héroe del colegio al día siguiente. En los veranos se entrenaba por su cuenta y como podía: eran tiempos en los que los futbolistas apenas pisaban los gimnasios y los entrenadores personales tardarían medio siglo en llegar. Después de escalar todas las colinas de Guarnizo, volvía a la casa, donde un batallón de sobrinos le esperábamos impaciente en los prados que todavía hoy la rodean.

Toñín nos enseñaba los ejercicios gimnásticos de lumbares y abdominales propios de la época, que repetíamos con alborozo y hasta donde llegaban nuestras escasas fuerzas. Y luego se presentaba el fin de fiesta: un partido sin reloj, todos contra uno, en el que intentábamos en vano quitarle el balón. Alguna vez sucedía el milagro y entonces todos aplaudíamos y gritábamos.

Tras su retirada en el fútbol, volcó su vida en los negocios. Primero, una zapatería; después, un mesón-restaurante con su mujer Feli, que bordaba los platos tradicionales y de pescado. Cuando cobró vida su nueva aventura, este humilde cronista ya era jugador profesional del equipo de baloncesto del Real Madrid, y durante muchas noches de verano visité el local con mis amigos del alma de Santander, Arancha y Pacote, y con compañeros del baloncesto, como Alfonso del Corral. Allí nos recibía Toñín, sonriente y bromista, con su saludo clásico que no perdería nunca: “¿Qué hay, Pelé?”.

No es que Pelé fuera yo. Pelé eran cada uno sus amigos de toda la vida de Parbayón, el pueblo casi limítrofe de Guarnizo en el que nació Feli; sus ex compañeros del Racing; el panadero o el peluquero; mis hermanos, mis hijos y sus amigos, y cualquiera que se le acercara, familiar, íntimo o recién llegado, siempre era recibido con esta fórmula y una sonrisa amable y cariñosa.

Aún tuvo tiempo para enseñar su fútbol a los niños de la Cultural de Guarnizo y del Racing de Santander. Durante muchos años, ayudó a la crianza de los más pequeños de generaciones sucesivas y era difícil saber quién disfrutaba más con aquello. Tanto le apasionaba su labor que la ejerció mientras pudo, hasta que las fuerzas y la energía no le permitieron seguir con su querencia.

 

Antonio Gento

 

Pasó los últimos años con su familia y amigos, fiel a sus pueblos y a sus costumbres de paladar fino y jugador de cartas españolas. Ya no podía jugar al bolo cántabro, del que fue un jugador aficionado muy estimable, incluso mejor que Paco, que también lo bordaba. Todos los días se pasaba por el campus Llorente de baloncesto que organizamos en Guarnizo en el polideportivo de la calle que lleva el nombre de Francisco Gento. Observaba en silencio los ejercicios desde la grada durante un buen rato. Luego, un saludo con la mano y un levantamiento de cejas eran un hasta luego o hasta mañana, cuando volvía a honrarnos con su presencia.

Nos deja su recuerdo de un fino futbolista al que la suerte no acompañó. De un tío que nos llevaba a la playa cuando apenas sabíamos escribir y con el que pescamos y jugamos al fútbol. Y el de una persona amable y simpática, con la sorna siempre lista y con el cariño recatado, como son las personas del norte. Un buen hombre al que siempre recordaremos como Toñín para evocar su bondad; o como Pelé para sonreír con amargura, pero sonreír al fin y al cabo rememorando la ironía que tantas veces derramó a su paso.