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86-76: El Real Madrid desnuda al Barcelona


De forma tan contundente como inestable, el Real Madrid exhibió las razones por las que ha ejercido el poder en el último decenio: un equipo con una fe permanente y un arsenal de recursos complejos y extensos. Tantos años de conjunción, enriquecidos por fichajes ad hoc para la reconversión continua, han devenido en una máquina que termina encontrando el mecanismo para triturar al rival.

El Barcelona, en cambio, es un proyecto de diseño reciente y con algunas lagunas de aguas cada día más transparentes. Es tan innegable su soberbio poder ofensivo como la escasa virtud para la defensa que tienen algunos jugadores, demasiados para armar un bloque sólido de un proyecto recién comenzado. Ayer, Mirotic, Tomic y Delaney se mostraron descolocados y faltos de reacción. Asimismo, los azulgrana mostraron falta de carácter en un partido que echaba chispas. Deslavazados y sin ningún líder que recompusiera las filas, terminaron entregando el encuentro sin batallar hasta el último segundo. Bien es cierto, en su descargo, que el Barcelona se plantó en Madrid con algunas bajas, las de sus directores de juego, Pangos y Heurtel, las más notables. Seguro que su dinámica mejorará con la presencia de estos dos grandes jugadores, si bien el francés agrandará su agujero en la retaguardia.

El partido tuvo un curso tan dispar que casi podríamos decir que fue absurdo. Ambos equipos se repartieron errores de bulto con jugadas brillantes y despistes notables. Tanto fue así, que el marcador se movió de un 30-9 a un 48-50, fruto del demérito de los perdedores parciales más que del mérito de los ganadores. El Madrid salió en tromba inspirada, con empuje, decisión y mucho acierto en el tiro, mientras que el Barcelona le desplegaba la alfombra roja para que se paseara. Sin embargo, con las rotaciones y con los minutos las tornas cambiaron y fue el Madrid el que se empantanó.

La segunda parte fue más tranquila para los números, pero frenética para los jugadores. El margen de tanto error ya no era tan grande, de forma que todos se emplearon con mayor dedicación. El conocimiento es la clave de cualquier táctica que se precie y los madridistas sabían que la vía para la victoria radicaba en la defensa. Contra un equipo tan talentoso no puedes luchar a ver quién más anota, así que se afanaron en maniatar los productores de puntos. Taylor se encargó de Higgins y entre Randolph y Deck amargaron a Mirotic. Mickey y Tavares se cargaron de faltas, pero Davies fue una sombra de sí mismo. El retorno de Campazzo, pletórico una vez más, colocó las piezas en su sitio y el Madrid carburó en el último cuarto, el definitivo.  El más pequeño y el más listo, y el más grande e intimidador, cementaron un cuadro que en los últimos minutos mostró una enorme superioridad. El tapón de Tavares a Mirotic reflejó de forma nítida lo que estaba ocurriendo: la impotencia de unos ante la pujanza física y emocional de otros. En resumen, el Madrid es hoy superior y el Barcelona tiene mucho trabajo por delante para igualarlo, si bien no le faltan mimbres para el cesto.

Por último, siempre he creído que los insultos en una cancha de baloncesto están fuera de lugar. A los jugadores de mi generación nunca nos gustaron los que pretenden animar faltando al respeto. En lugar de animarnos nos hacían sentir incómodos y hasta obligados a mascullar una disculpa en pleno partido. Este sentimiento nació de la educación que recibimos y de la indignación que nos causaba sentir lo mismo en carne de un compañero o propia, que viene a ser lo mismo. Se puede arropar a tu equipo y manifestar tu diferencia de criterio sin necesidad de denigrar a nadie y de dar un pésimo ejemplo. La educación es el bien supremo que tienen las sociedades. No lo echemos a perder.