Blog

Lecciones de Pablo Laso


Pablo es un tipo normal, que no quiere vender motos ni pretende epatar al personal con frases para la historia. Tampoco reclama la invención del baloncesto ni ser el creador de un estilo que se erija en la ortodoxia única y definitiva. Sin embargo, le sobran razones para presumir de una trayectoria sobresaliente. Cuando llegó al Madrid la sección era una sombra errática que arrastraba su prestigio para desesperación de sus aficionados y el baloncesto un tostón de deporte de choque en el que la final de la Euroliga entre el Olympiakós y el CSKA había terminado con el apabullante resultado de 62-61. Sin sacar ni un centímetro de pecho, Laso cambió la historia y fulminó una tendencia que hacía llorar a las cebollas.

El Madrid de los récords de Laso liquidó una época de juego tedioso, marcada por la fuerza física y la agresividad defensiva, y hablo en sentido literal. Antes que los Warriors de Curry, los blancos movieron el balón a velocidad vertiginosa y lanzaron un triple tras otro para cambiar el signo de los tiempos baloncestísticos en Europa.

También podría reivindicar su protagonismo en esta nueva etapa fructífera del Madrid que comenzó con su contratación. El vitoriano llegó de forma silenciosa a una sección que se movía por una inercia impropia de su brillante historia. La llegada de Pablo terminó con años de frustraciones, palos de ciego e intentos sin sentido de devolver al equipo al presente que se merecía. Laso se incorporó con sosiego al club para imponer una renovación del criterio de juego: hay que regresar a los orígenes y jugar rápido. La fórmula dio resultado.

El Madrid no solo volteó la tendencia de dominio barcelonista sino la del abandono de la afición, reticente a sufrir y, sobre todo, a tragarse una tabarra tras otra. Pronto, el Palacio volvió a llenarse y el baloncesto se convirtió en el espectáculo vibrante que nunca debió de dejar de ser.

Pero ni siquiera cesaron las críticas contra el entrenador con los títulos, el buen juego y el contento de los madridistas. Como una constante manejada por los permanentes insatisfechos, las censuras se vuelven contra el preparador madridista al mínimo contratiempo, como si tuviera el don de la infalibilidad, que, por cierto, nunca se ha atribuido. Por fortuna, la sensatez en el banquillo es compartida en los despachos y Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros siempre lo han respaldado de forma incondicional.

Hace unas semanas el equipo era un proyecto que se desmoronaba maltratado por las lesiones. La columna vertebral se tronzaba y Doncic intentaba sacar la nave a flote sin fortuna abusando de su inmenso talento. Por muy bueno que sea uno, esto es un deporte de conjunto y el hundimiento parecía inevitable.

De repente, sin hacer ruido, sin que nadie se percatase, Laso varió el rumbo. Sin urgencia pero sin pausa, el equipo cambió estilo, prioridades y actitudes, y un elenco de actores de reparto acostumbrados a actuar en torno a unos líderes ahora ausentes se hizo fuerte ante la adversidad. Ya no importaban los nombres sino los hombros que arrimaban el esfuerzo y en esto sí que no ha habido distinciones. El Madrid comenzó a hacer de su canasta un fortín y su defensa a dotarle de una solidez sin fisuras. El ataque siempre tarda un poco más, pues requiere de la generosidad con el elemento que todos quieren -el balón- y con la distribución sincronizada del talento.

Pero tampoco han sido precisas demasiadas jornadas. El desprendimiento de los jugadores ha puesto en marcha un juego colectivo que recuerda al de los mejores momentos. Un baloncesto de pases en busca de la mejor opción y de la canasta en contraataque. Relativamente sencillo cuando los que mandan tienen las ideas claras y saben cómo trasmitirlas, y eficaz cuando los jugadores se entregan a la causa sin dobleces ni condiciones.

En un momento en el que Pablo Laso supera en número de partidos a Pedro Ferrándiz -que, fiel a su estilo (del que, por cierto, volveremos a hablar pronto) se ha apresurado a comentar que “no en títulos”,- el actual técnico del club se merece un reconocimiento por la extraordinaria labor que está realizando esta temporada. Nadie hubiera sido capaz de imaginar al equipo donde está con todos los infortunios que le han ido afectando. Pero el Madrid, fiel a su tradición, los ha ido sorteando con la misma maestría con la que su entrenador esquiva las críticas infundadas que recibe por ser un tipo normal y no un fantoche de los que se asoman con frecuencia al deporte: con naturalidad y saber estar.