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Gustavo Ayón: un titán en el dique seco


La jugada parecía una más de las muchas que suceden en los partidos de baloncesto. Gustavo Ayón saltó hacia el aro y Tim Abromaitis contactó en el aire con su hombro intentando obstaculizar el tiro. Ante la sorpresa generalizada, el mejicano se arrodilló en el suelo entre gestos de dolor. ¿Qué habrá ocurrido?, nos preguntábamos frente al televisor. Esperábamos que la repetición de la jugada nos mostrase un mal gesto de la rodilla o del tobillo o un dedo de la mano dislocado, pero no vimos más que un ligero choque, para lo que suele ser el baloncesto de hoy en día.

Ayón se dirigió hacia el banquillo dando muestras de que lo que fuera no era una broma, mientras yo pensaba que también sería casualidad que el hijo de un ex madridista, Jim Abromaitis, lesionara -de forma tan accidental como involuntaria, un lance más del partido- a uno de los pilares del equipo. Coincidí con Jim en el Madrid en la temporada 1980-81. Era un ala-pívot fuerte, reboteador, con buenos movimientos en el poste bajo y con un gran salto en carrera. Un jugador completo pero irregular en el tiro exterior, lo que quizá marcó su futuro en el club porque venía a sustituir a una leyenda, Walter Szczerbiak. Lo que con seguridad determinó su rendimiento fue la enorme inestabilidad que padeció el equipo aquella temporada: una plaga de lesiones, caprichos del destino, muy similar a la que se padece en la actualidad.

La baja de Ayón es un golpe terrible para el equipo de Laso. En lo que quedaba de plantilla todos los jugadores eran muy necesarios, pero solo había dos imprescindibles: Luka Doncic y Gustavo Ayón. Ya solo queda uno. De la idea de su importancia baste decir que el gigante azteca ocupa en la Euroliga el segundo puesto en la clasificación de reboteadores, el tercero en la de recuperaciones y el primero en la de tapones. Además de todo eso- ¡asómbrense!- ha repartido más asistencias por minuto que Doncic.

Por encima de las cifras, Ayón es básico en el esquema de juego de Pablo Laso, un hombre alto de los que cuadran a la perfección con las ideas del entrenador. Muy rápido para su estatura, sobre todo en defensa, el Titán cubre muchos espacios en las ayudas y es capaz de defender a un jugador exterior en los numerosos cambios de designación que se producen en el baloncesto moderno. También se encuentra cómodo corriendo el contraataque, y en media cancha se mueve veloz para bloquear a los “pequeños” y después continuar con agilidad y precisión hacia el aro.

Su importancia va más allá del propio juego, pues desde el primer momento encajó en el club y este año había afrontado la temporada en gran forma, después de un verano en el que trabajó con intensidad. Por desgracia, su talón de Aquiles está en los hombros, con los que sufre desde hace un tiempo. Fue operado del derecho en su paso por los Atlanta Hawks y jugaba con molestias y un vendaje moderno en el izquierdo desde hace un tiempo. Por fortuna, su dolencia es en el izquierdo, no en su articulación de tiro.

Tras jugar un poco al despiste con los nombres, el club ha decidido incorporar a un jugador muy diferente del mejicano, Walter Edy Tavares, que estuvo en la agenda del Madrid desde que comenzó a despuntar en el Granca. No es el tipo de pívot que se adapte como un guante a los esquemas de Pablo Laso, pero el preparador se muestra deseoso de que los trámites culminen con la contratación y, finalmente, el caboverdiano pueda incorporarse a la plantilla. ¿Razones? Es un gran intimidador y anotador de canastas muy fáciles con sus 221 centímetros, que lógicamente le restan algo de movilidad. Se le espera el domingo en el duelo frente al Barcelona. Antes, ya con Thompkins de vuelta, el clásico europeo en Tel Aviv. Caras nuevas, noticias nuevas. Esperemos que sean buenas.