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El último baile, la cara B de Michael Jordan


Ni fue oro todo lo que relució ni Jordan es un villano. Simplemente, el celebrado documental sobre la última temporada de los Chicago Bulls muestra la cara oculta del dios del baloncesto. Su mente sublime, su habilidad casi patológica para buscarse desafíos y unos hábitos de vida inusuales en la actualidad han sorprendido a diestro y siniestro. Diez capítulos apasionantes producidos con la espectacular visión del país que puso en marcha la industria del cine.

Y quizás sea esta particularidad la que suscite más interrogantes acerca de su contenido. Como reveló Toni Kukoc, «todos éramos felices mientras esto sucedía. No entiendo por qué hay que buscar el lado oscuro». La respuesta es evidente: el documental está fabricado para el público norteamericano, amante de las historias de superación sin límite en el país de la libertad individual.

Se pirran por el líder imbatible que se sobrepone a todo: los rivales, la muerte de su padre, la persecución de la prensa y las malas lenguas y, si hace falta, hasta pelea con sus compañeros y se fuma un puro. Clint Eastwood en una cancha de baloncesto. Ese bueno con trazas de perverso, ese malo del que todos se enamoran.

Desde las declaraciones de Kukoc hasta las apariciones con cuentagotas de Phil Jackson, a este humilde escribidor le queda patente que el documental no es un reflejo del curso habitual de los Bulls y de Michael Jordan. Tampoco en los detalles escabrosos. En la mayoría de los equipos que se precien hay jornadas de tensión, peleas, cruces de palabras y hasta un gallito que, de cuando en cuando, se torna insoportable. Que lo hiciera Jordan -en lugar del obtuso que suele hacerlo- tuvo que ser para tomárselo a mucha honra.

José Luis Llorente defiende a Michael Jordan durante la final de los JJOO de Los Angeles 1984

José Luis Llorente defiende a Michael Jordan durante la final de los JJOO de Los Angeles 1984 EFE

Por eso, que MJ presionara de cuando en cuando a sus compañeros no le convierte en un malvado ni en una persona insoportable. Muchos genios lo son -y no hablo solo de deporte- por tener un cable a punto de cruzarse y mostrar conductas fuera de la normalidad. Además, sus compañeros lo entendían, porque, a pesar de la incertidumbre sobre su humor, los convirtió en mejores jugadores y les regaló títulos y dinero.

El documental muestra también algunos cambios que se han producido en el deporte profesional. Hace un par de años nos enteramos de que LeBron James gasta un millón y medio de dólares en cuidar su cuerpo y la mayoría de los grandes en la NBA siguen dietas especiales y tienen entrenadores propios, incluidos los Gasol. Esta forma de actuar ha llegado al fútbol y al resto de los deportes y como botón valgan Cristiano Ronaldo y Rafael Nadal.

Pero no estaban en boga en el siglo XX. Así que, no hay que asombrarse por sus actitudes excéntricas, esa manía por apostar, esos puros y partidas de póker en el avión, en realidad, la vía de escape de la tensión opresiva que les acechaba. Cada cual huía a su manera: a Rodman le gustaba la juerga y a Jordan incluso jugarse unos dólares en el vestuario a dejar la moneda más cerca de la pared. Preliminares a la concentración máxima y mecanismos de evasión a costa de la forma física superlativa, quizás porque Jordan comprendió con el paso de las temporadas que no necesitaba saltar y correr a destajo, ya que dominaba el juego con la clarividencia de una mente a la altura de su cuerpo.

Más allá de los partidos, estremece comprobar la esclavitud de quien vive bajo el permanente escrutinio del ojo crítico de la sociedad. Esa sensación angustiosa de que todos tus actos son escudriñados por ese monstruo en el que se convierte la opinión pública sin que nadie sepa cuándo. El precio del éxito puede ser desmesurado, por los sacrificios y esfuerzos, por la amenazadora sombra del fracaso y por el peso de llevar una vida impecable.

Entre las anécdotas y el barullo por mor del espectáculo, sobresale la impresionante figura de Jordan, dotado de una determinación superlativa capaz de activarse con el vuelo de una mosca: una mirada desafiante, una palabra fuera de lugar o un gesto provocador de los rivales, hasta con las opiniones del público, de la prensa o de su directiva, siempre conseguía que prendiera el fuego de su ambición. Muchas veces estuvo al borde de la derrota, pero casi siempre encontró el atajo para la victoria.