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93-94: Una oportunidad perdida


El Barcelona consiguió renovar su título de campeón de Copa en una de las finales más extrañas que uno recuerde. Después de tener el partido en la mano, el Madrid regaló a los azulgranas la oportunidad de volver al encuentro. Más tarde, y por dos veces, los blancos empataron in extremis, hasta que los árbitros entraron en acción para desconcertar a los presentes con dos errores mayúsculos en las jugadas que decidieron el partido. El Madrid no supo administrar una situación tan favorable que las caras de la plantilla madridista en el banquillo reflejaban la enorme decepción de la oportunidad perdida.

Esta Copa lleva el sello de Pesic. De forma irremediable, el Barcelona perdió su identidad con el declive de Juan Carlos Navarro, hasta que después de unos cuantos tumbos la directiva dejó el diseño de la nueva personalidad del equipo en manos de Pesic. El actual entrenador culé, criado en la Yugoslavia de Tito, fue compañero de Mirza Delibasic en el Bosna Sarajevo. Muchos años después de la caída del telón de acero, su baloncesto transmite cierta austeridad comunista, curiosamente más propia de los equipos soviéticos que de los creativos yugoslavos. Sin embargo, sea su estilo más o menos atractivo, su efectividad es indiscutible. El Barça es hoy
un equipo aguerrido, que presiona de forma constante en defensa, con jugadores grandes, rápidos y fuertes. Tampoco le falta jugadores con talento como Heurtel y Tomic, ni los que conceden el equilibrio necesario, léanse Ribas, Singleton, Pangos y, en la final, un inconmensurable Claver.

El primer tiempo fue toma y daca extraordinario. Los equipos saltaron a la cancha dispuestos a mostrar lo que imaginábamos, si bien el Barça tomó antes el aire al partido. Fue en el segundo cuarto, con la entrada del intimidador Tavares y de la vehemencia de Llull, cuando el Madrid pudo ponerse por delante, 27-25, a falta de cinco minutos para el intermedio. Pero los barcelonistas no se amilanaron ante los rugidos del Palacio y atajaron la reacción blanca hasta igualar el partido en el descanso. (35-35).

En la segunda parte, el Madrid salió en tromba, como siguiendo una de las consignas que Lolo Sáinz transmitía todos los partidos de forma indefectible: “¡los primeros cinco minutos!”. Ya sabíamos que teníamos que poner el esfuerzo y la concentración máximos a la vuelta del descanso. Así que, el Madrid colocó el 50-41 en el ecuador del tercer cuarto y continuó acelerando ante la evidente debilidad transitoria del rival. Los blancos se lanzaron a tumba abierta hasta alcanzar la quincena de ventaja.
Por desgracia, el Madrid olvidó la receta del éxito. Con la victoria encarrilada, el despiste se apoderó de los blancos que se quedaron con la mente del color de su camiseta. También la suerte jugó en su contra, puesto que en apenas un minuto Llull y Rudy tuvieron que ir al banquillo lesionados (por desgracia, el alero mallorquín se fue para no volver, una ausencia relevante de un jugador que en las finales se mueve con soltura y acierto). El Barcelona anotó cuatro triples seguidos y la energía cambió de bando. En un abrir y cerrar de ojos, ante la incredulidad de la parroquia- y temo que de la plantilla merengue-, el Barça se adelantó cuando todavía quedaban seis minutos, 61-63.

De ahí hasta el término del encuentro, una locura. Llull consiguió una prórroga de la sentencia con un tiro delicado, de pianista, cuando ya se daba la final por perdida. Al término de los cinco añadidos se repitió la situación casi calcada de los últimos minutos programados. El Barça mostraba cierta superioridad y los madridistas iban a remolque. Hasta que los árbitros decidieron intervenir o no hacerlo con dos errores como dos Tavares. Lo único que se puede decir en su favor es que de haber acertado en las dos jugadas el campeón hubiera sido, probablemente, el mismo. Es difícil arbitrar. Pero también es difícil revisar una jugada clara en el vídeo para tomar una decisión que nadie fue capaz de entender. La epidemia del Var se extiende al baloncesto.