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Las razones de Rubiales


Antes de que la jauría tuitera me despedace sin ni siquiera pasar del primer párrafo, aclararé que las razones de Rubiales no implican que Rubiales tuviera razón. Este es un escrito en el que intento exponer los motivos que pudieron inducir al presidente de la Federación a tomar la decisión que más ha ocupado a los españoles en los últimos tiempos. No me propongo un juicio definitivo acerca del asunto, primero, porque no me valoro tanto como para pensar que mi opinión en este caso, pueda tener tal peso; y, en segundo lugar, porque a pesar de las explicaciones de las partes, siempre interesadas y parciales, no exista una reconstrucción de los hechos peritada y certera de lo que ocurrió entre bambalinas.

Cuando Rubiales accedió a la presidencia, su primera decisión estratégica fue renovar al entonces seleccionador. Lopetegui, en un acto legítimo, pero quizá un poco imprudente por las suspicacias que se habrían podido levantar en el futuro por cualquier circunstancia, se alineó durante las elecciones a la presidencia con el rival de Rubiales. Para enterrar cualquier duda, ambos sellaron las paces con una renovación en la que el entrenador firmante celebraba la confianza que la había otorgado el presidente elegido. Por su parte, Rubiales expresaba su ilusión en un proyecto que se prolongaría más allá del Mundial, hasta la Eurocopa de 2020.

Todavía fresca la tinta de esta firma, Lopetegui llegó a un acuerdo con el Real Madrid, y, como consecuencia y al mismo tiempo, incumplía su compromiso con la Federación: su presidente lo había contratado para hacerse cargo de la selección de forma exclusiva, no para que compartiera su saber y su dedicación con ninguna otra entidad, en este caso, un club. Este fue el primero de los pormenores que un dirigente en la posición que ostentaba Rubiales no podía eludir. La de un incumplimiento flagrante de las condiciones pactadas no solo con él, sino con el máximo organismo del fútbol español en unos momentos críticos. Es difícil pasar por alto un acto de este calado, por eso, una de los primeros requisitos que exigimos de quienes ostentan responsabilidades de gestión, incluidos los políticos, son la seriedad y la dignidad. En este sentido, la ruptura de este compromiso, merecía, por sí mismo, una respuesta adecuada. Pero no solo era una cuestión de principios. Por ende, la permanencia de Lopetegui no era garantía de éxito. E imagínense ustedes en qué posición habría quedado la federación y su presidente si el resultado del Mundial hubiera sido el que se ha producido. No solo habría sido un fiasco. Habría sido un fiasco indigno. En definitiva, la continuidad de Lopetegui no le aseguraba a Rubiales ningún resultado, pero sí la infidelidad con alguna de las características que continuamente requerimos de los mandatarios. Su seriedad y coherencia hubieran quedado en entredicho para siempre y la reputación de la Federación lesionada.

He escuchado en boca de mucho opinante que no se debería haber tomado la fatídica decisión, pues se podrían haber compaginado los dos cargos sin demasiados problemas, dado que mucha la gente lo hace en el mundo laboral. Permítanme que lo dude. No sé cómo funcionará el asunto en el fútbol, aunque me imagino que, al menos, será igual de profesional que el baloncesto. He tenido la suerte de vivir de cerca en los últimos tiempos el discurrir de la selección española. Entre partido y partido, los entrenadores trabajan de forma denodada y apenas duermen revisando jugadas, matices, comportamientos y tendencias de los rivales… y de su propio equipo. Hay muchas horas de encuentros que repasar y analizar y poco tiempo para ello. Cualquier minucia puede decidir la suerte de un partido, así que no hay segundo que perder en busca de cuál y dónde está la clave que conduzca a la victoria. Asimismo, el resultado de estos estudios ha de practicarse en los entrenamientos previos, que, a su vez, hay que programar. Es preciso imaginar y ensayar soluciones para contrarrestar las armas y estrategias rivales y también preparar a los propios jugadores, no solo de forma colectiva, sino individual, pues son muchos en la plantilla, cada uno de su padre y de su madre, y necesitados de un remedio particular. Pues bien, el máximo responsable de todo este entramado milimétrico hubiera tenido, además, que estar pendiente del actual maremoto madridista. Muchas de las resoluciones que está tomando el Madrid en estos momentos dependen de que encaje el rompecabezas, de forma que el club hubiera reclamado, de forma inevitable y habitual, la opinión de su entrenador, al mismo tiempo seleccionador. Esto no lo podría haber hecho su agente. Creo que no estoy elucubrando: es lo que pasó el día de autos en el que estalló la confrontación, cuando el club madridista exigió a su entrenador que se manifestara y Lopetegui correspondió a los deseos del Madrid.

Aún más, en cualquier momento hubiera podido presentarse una colisión de intereses, al quedar divididos los jugadores del equipo nacional en dos grupos en relación con la posición del seleccionador, los que la temporada siguiente hubieran sido rivales del seleccionador y los que hubieran sido sus futbolistas. Estos, a su vez, al haber aceptado el entrenador un compromiso por duplicado, hubieran adquirido al mismo tiempo la doble condición de jugadores de la selección y del Madrid. ¿Qué habría hecho Lopetegui en caso de lesión leve pero con cierto riesgo de recaída prolongada de un madridista? ¿Habría aceptado los riesgos de quedarse sin un jugador importante para el Madrid durante unos meses? ¿Se habría plegado a las presiones del club, que las habría habido? Los precedentes no invitaban a pensar en la lealtad con la Federación, más bien lo contrario. Y no estamos hablando de ciencia ficción. Los casos de la presión de los clubs en estas circunstancias no son extraños ni en el fútbol ni en otros deportes. En baloncesto se producen muy a menudo, tanto por equipos de la NBA como por parte de los clubs europeos. Se ha planteado con cierta frecuencia. Y aún hay más. Sobrevolando esta compleja situación, los medios revolotearían a la espera de cualquier desliz de algún jugador descontento o un posible fichaje madridista entre los seleccionados.

Por muy imparcial y frío que uno sea, por mucho autocontrol que se tenga, el seleccionador y el equipo se habrían visto distraídos en este complejo escenario, porque el cerebro humano, de forma inevitable, está siempre pendiente de cuanto lo rodea, un mecanismo de supervivencia de tiempos ancestrales, cuando el Homo Sapiens no era la especie dominante del planeta. En definitiva, aunque hubiera podido actuar por encima de las presiones exteriores y sortear los inconvenientes, habría empleado tiempo en hacerlo, es decir, se habría desenfocado de su prioridad: el Mundial. Y la pérdida del foco es intolerable en el máximo rendimiento.

Resolver este asunto con la simple sentencia de que ha sido un ataque de cuernos de Rubiales coincide con la costumbre carpetovetónica, tan sectaria por otra parte, de resolver cualquier problema con un eslogan de poca monta que se derrumba ante la reflexión más ligera. Como sucede con tantos asuntos en nuestro país y de mucho más calado, las pensiones, la cotización del Bono español a 10 años o el aborto, el asunto se liquida con una frase tan sugerente y provocativa como carente de rigor, en torno a la que se arremolinan de forma fanática aquellos a quienes la máxima beneficia de forma automática o indirecta.

Finalmente, insisto. No estoy juzgando a nadie, mucho menos al Madrid, ni siquiera a Lopetegui, pues desconozco las interioridades de esta tormentosa relación triangular. Es más, hay ocasiones en las que las partes en litigio tienen su razón y hasta es difícil discernir de quién es la más legítima. Seguro que el Madrid las tenía. Pero de lo que sí estoy seguro es de que también Rubiales tenía sus razones y su decisión no fue fruto de un ataque de nervios.